Cuando son décadas de impartir clases, muchas han de ser las huellas que puedes haber dejado en tus miles, cientos de miles de estudiantes -sin necesidad de realizar un estimado apoyándome en cifras, que no tendrían sentido en este momento-, pero que a su vez en ti acciones puntuales “te mueven el piso”, donde si bien te conmueven, a la vez te regocijas de lo real-maravilloso que es ser docente.
No queda duda que cada persona que asume este rol
habrá de tener experiencias: tanto agradables, como frustraciones, que podrán
rememorar a colación del presente artículo, del cual conversaré en modo
asincrónico con cada lector.
Recientemente recibí una invitación a través de
una red para darle aceptar, ¿nombre?, «me resulta familiar», ¿investigar mediante
las imágenes (fotos, videos), al ser un tanto cauteloso de quién podría ser?;
visualizar y automáticamente trasladarme con el tiempo a unos 30 años
aproximadamente, concluyendo con un aceptar.
En tres décadas pasan muchas cosas, una estudiante
que se profesionaliza, que alcanza sus sueños basados en el don de la
perseverancia, sin importar su discapacidad física lo cual no constituía en ningún
momento un alto en ser excluida por sus compañeros(as) de clase por dicho
motivo, sino al contrario: recibida con sonrisas, con voluntarios -que se
peleaban entre sí-, para que una vez que sus padres la dejasen a la entrada de
la escuela, conducirla al aula trasladándola en su sillón de ruedas y colocarla
de primerito próximo a su profesor(a)
Su grupo la admiraba, no por ser condesciéndete con ella, al contrario, por su escudo mágico de inteligencia, de participación, de aportes, de ser la primera siempre en la entrega de tareas, de ayudar a quién plantease una duda o colaboración en un trabajo propio de la asignatura.
Ella tuvo en mi un impacto indescriptible –venía de
impartir clases en una universidad cuyo perfil era la formación de profesores,
jóvenes de otras edades, otros intereses, otras metas, otros sueños- al ser una
estudiante de apenas noveno grado (o tercer año de secundaria), en mi rol como
formador desde una posición anterior de conferencista[1], a
sacar de uno, todo una serie de valores como el amor, la comprensión, la tolerancia,
la paciencia, el saber adaptarme a algo nuevo, que a partir de ese momento me
hizo ser más humano.
Terminó el año escolar, pasé nuevamente a la
enseñanza superior, y dejé de verla físicamente; años después -en un medio
escrito digital o red social, no recuerdo bien para ser honesto- supe de ella
al ser la mejor graduada de su carrera universitaria, con honores, hecho que me
generó alegría, la satisfacción del deber cumplido: entregar a la sociedad
jóvenes íntegros, capaces de cambiar el mundo con su accionar.
Su mundo no se detuvo con su nueva profesión:
psicóloga, a ello le sumo convertirse en una directora de un pre escolar o
prekinder.
Vía chat -conversamos-, que hacía en este en este momento, aproveché para compartirle de mis e-book, para su profesorado, como regalo que mencionaría como especial, ¿por qué?, por su ejemplo para sus estudiantes, padres de familias, profesores.
Hablamos-chateamos- unos minutos, donde
posiblemente mi corazón latía por encima de lo normal, sin tener en cuenta la
subida de presión controlada; por supuesto no nos despedimos: se comprometió a
seguir mis escritos.
Concluí con ¡muchas gracias!
[1]
Principio de la década de los 80 del siglo pasado, donde el docente su rol era
otro.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMuchas gracias su enseñanza fue esencial para mi formación profesional.
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