lunes, 28 de octubre de 2019

El trabajo, los hijos, el amor.

¡Seré tuya toda la vida! Esta breve introducción – algo cursi, por cierto – suele ser común tal vez, dentro de la gente joven y no tan joven (cuando se reavivan los sentimientos ante una nueva pareja al pasar de los años, sobre todo para aquellas y aquellos con algunos “almanaques arriba”, tienen derecho a dicha opción, ¿por qué no?) suelen manifestarse a su pareja, como señal de afecto, pasión, cariño, amor. La problemática es cuando el enamoramiento caduca, culmina, llega a su fin. Se ha comprobado científicamente que el enamoramiento en la pareja, suele concluir al cabo de los cuatro años aproximadamente, el cual coincide con el punto máximo de divorcios también de cuatro años, lo cual denota una relación directa: ausencia de enamoramiento igual divorcio.

¿Lo antes expuesto implica que no hay marcha atrás? En la medida que somos mayores (más edad) aprendemos que el “amor a primera vista” si bien es válido, justamente por ser “a primera”, posiblemente ella o él, que nos entra por los ojos, estará centrado fundamentalmente en el elemento físico y con menos énfasis en conocer un poco más, como es por “dentro”, entiéndase seriedad, responsabilidad, gustos, costumbres, hábitos, conducta moral, que no choca para nada, con un comportamiento juvenil, jovial, divertido. Estos “cabos sueltos” por supuesto serán hilvanados por el camino propio de la relación, que de alguna manera u otra se perfeccionan unos u otros producto de la búsqueda del equilibrio de la pareja, donde ambos deberán ceder. 

Así transcurre la vida y tras cuatro años o más, la relación de la pareja, puede que empiece a palidecer, (obviamente no estarán de acuerdo conmigo aquellos matrimonios que han pasado décadas y mantienen ese idilio, si así fuese) ¿motivos? Muchos: el factor hijo, se vuelve una realidad, constituyendo un elemento disociador de la propia pareja, sobre todo por el nivel de atención que merecen y que en la medida que crecen, que pareciera ser que podríamos independizarnos de ellos y ellas, no resulta tan sencillo, y para muestra un botón: No hace mucho me llamó una mamá solicitando  que por que su hijo, no estaba mas tiempo en la universidad, en función de sus estudios, que les exigiéramos más en los estudios de modo tal que eso le ayudara a controlarlo, porque ella ya no podía.   

Otro elemento que nos puede hacer “olvidar a nuestra pareja”, y por ende que debilite la relación, la “química” entre ambos, lo constituye el factor trabajo. Cuantas veces nos quedamos en la oficina, en la empresa, laborando y cuando nos damos cuenta el trabajo, han pasado mas de dos horas, en la elaboración de un documento, informe, crucial, que nos han pedido las autoridades y que “!de mañana no puede pasar!”. 

Posteriormente tomar un taxi – con el riesgo que ello implica – o un bus (peor) y llegar a casa con las completas, para un poco que calentar la cena y ya
extenuado, no escuchar las tareas y compromisos domésticos pendientes, los problemas de los hijos en la escuela, universidad, etc.  Todo lo anterior puede conducir a una rutina, que conduzca finalmente a que el amor “se apague” Si por casualidad usted o su pareja, se ve retratado aquí, piénselo. 

Está a tiempo, esta noche, aunque ya no nos quede dinero y estemos “palmado”, acueste a los niños temprano, el informe de mañana lo entrega en la tarde y recuerde los tiempos mozos. 

lunes, 21 de octubre de 2019

¿Sentimientos en la tercera edad?


Son varios los años en el que he utilizado parte de mi vida en escribir para lectores de medios escritos impresos y en formato digital (éste último relativamente reciente a través de las redes sociales), también a través de libros de textos en las áreas de ciencias naturales y sociales por más de 25 años para estudiantes de la enseñanza media.

¿Qué me ha permitido lo anterior? Primero haber cumplido un sueño y con ello una vocación incipiente desde casi los 16 años de edad, en un concurso para escritores de radio y televisión de mi país natal, quedando a nivel nacional en uno de los tres primeros lugares tras varias pruebas, pero lo que no llegó fue la carta para presentarme en la institución correspondiente.

¿Frustración? No, tal vez justificado por ser joven y buscar nuevos horizontes, además de los estudios universitarios, por ejemplo idiomas; pasaron los años – muchos – donde la experiencia de escribir, siempre siendo ¿aventurero, osado, emprendedor (término desconocido en la década del 90)? me permitió mis incipientes pininos - se refiere a los primeros pasos que se dan en alguna actividad, arte o ciencia, considerado un mexicanismo, es decir, una palabra propia del español de México) facilitados por algo un tanto semejante a lo que contaba en el segundo párrafo: una convocatoria para formación de escritores por un organismo a nivel internacional, llegando a ser seleccionado para representar a mi nueva casa (país) con una representación de 5 personas en un evento centroamericano.

Hoy décadas después con más tiempo, madurez, experiencia, condiciones una vida un poco más sosegada, menos estrés, dedicándome en un alto porcentaje a la escritura (nacida en la antigua Mesopotamia, y en concreto en el seno de la cultura sumeria, tres o cuatro mil años antes de Cristo, aunque en el caso particular de la primera gramática de la lengua castellana - y la primera de una lengua moderna europea -, publicada en 1492 por Antonio de Nebrija en Salamanca en su obra Grammatica) para lo cual me nutro fundamentalmente de un conjunto de insumos como son la lectura, la investigación, audiovisuales, recuerdos y sentimientos.

¿Sentimientos? Entiéndase, estado de ánimo o disposición emocional hacia una cosa, un hecho o una persona. Vista la definición y el nombre del artículo de hoy, la respuesta es sí. Hay personas que determinados hechos muy puntuales en la vida cotidiana (en los cuales me incluyo), nos hacen muy susceptibles donde fácilmente la respuesta se evidencia en una lágrima en una sonrisa (una u otra o ambas inclusive), por ejemplo: en el nacimiento de una hija/nieta; en la graduación de las mismas con el paso de los años, ante un familiar cercano que logra superar una enfermedad (con una combinación de ser escuchado por tus dioses y la aplicación de la ciencia), cuando cuentas con una persona que te ama y te lo demuestra en las buenas y las malas, en la ocasión que se toman decisiones difíciles y que con extraordinarios esfuerzos ante una nueva cultura logran vencer los obstáculos y llegan a posicionarse con trabajos honrados, dada la disciplina y perseverancia con los que nos educaron nuestros padres.

Pero no solo en el ámbito familiar, digamos un programa televisivo donde se compite musical o deportivamente y vence la persona o equipo a la cual en cuestiones de minutos, capítulos o temporada te ha sido el o los más afines. Todos estos hechos que en su conjunto constituyen tips (Nota: tip es un término inglés que puede traducirse como “consejo” o “sugerencia”, recomendaciones que se hacen respecto a un tema), que alimentan mi felicidad y las convierto periódicamente en letras y que hago llegar a mis lectores.

¿Mi intención? Hacerlos reflexionar y de ser posible que se vean inmersos en uno u otro de los párrafos y tal vez para arrancarles una lágrima, una sonrisa (o ambas)

lunes, 14 de octubre de 2019

Ah. ¡La Familia!

Parto de la premisa, que siempre es bueno recordar y sobre todo aquello que nos transmiten las mejores experiencias y aprendizajes, que de ser viables ser transmitido a hijos, nietos, padres, docentes, de aquí la siguiente anécdota. 

Un amigo de la infancia, vecino solíamos jugar bien en mi casa o en la suya con juguetes camioncito, aviones (casi imaginarios, ya que era muy rústicos, y con cierto deterioro), siempre siendo un poco observador y curioso (la semilla lejana de estudiar y graduarme como Licenciado en Pedagogía con mención en Química) una o más diferencias entre su familia y la mía eran las siguientes: cuando su papá se despedía para irse al trabajo, la mamá (Isabel) llamaba a sus hijos (realmente 5 niñas – dos de ellas gemelas - y un niño) para que se despidieran de Rolando padre; pero el detalle no se detenía ahí, igual sucedía al regreso del papá donde todos/as acudían con una alegría tal en la que se evidenciaba una educación de respeto y admiración.

Terminado ese culto (no a la personalidad) ya la mesa estaba casi lista – todos/as colaboraban en trasladar los alimentos de la cocina al comedor, papá Rolando en un extremo, su esposa a un costado y el resto de la multitudinaria familia de hijos (6) listos a deglutir los alimentos, a la espera de que papá comenzara. Allí, se abordaban aspectos vinculados a que tal el colegio de los más pequeños, de mamá Isabel que era docente y a él también le preguntaban sobre su trabajo (era controlador de vuelos en el aeropuerto, cuyas historias eran de soñar con aviones de verdad, lejos de los nuestros con que jugábamos)

Pero, ¿qué sucedía en mi casa, en mi familia a la hora de que mi padre se fuese o llegase del trabajo? El escenario era otro, somos 4 hermanos – una niña hermosa, pelirroja, pecosa -  y 3 varones yo el mayor), mi madre también trabajadora, pero… ambos  trabajaban en horarios diría complejo (mi padre de 10 am – 1 pm en un restaurante, excelente barman; mi madre más allá del trabajo de madre, de atención al hogar, en una industria de elaboración de productos farmacéuticos dentro de un horario diría más regular) lo que no permitía ni despedirlos cuando iban a sus trabajos respectivos, pero si a la cena, no estando papá, todos los hijos nos sentábamos a cenar a la vez, llevando la “batuta” (corto y fino palillo del cual se sirve la mayoría de los directores de orquesta para dirigir una obra), es decir la que llevaba los “pantalones” de la casa. 

El comedor no era tan amplio, unos comíamos con el plato en las manos, pero si era un espacio agradable para el intercambio de preguntas y respuestas y al final, entre los hermanos retirábamos los trastes (platos, cubiertos, vasos, etc.), botar en la basura los desechos (que no creo que eran muchos) y lavar los mismos; después correspondía sentarnos a ver la tele – en ocasiones con los pies recogidos - porque no cabíamos en la sala (recuerdo que una “silla” era el escalón para entrar a la cocina)

¿Qué había en común en toda esta extensa anécdota? La formación de valores desde pequeños, atención a los padres, colaboración, respeto, disciplina, EDUCACIÓN, proveniente del seno familiar. Hecho que se pierde – posiblemente, hoy en día – cuando se le otorga a la escuela, la “responsabilidad” de educar a los hijos. (CRASO ERROR); que decir de la ausencia de conversación a la hora de la cena, cuando cada cual está pendiente a un dispositivo (celular) cuya pantalla se ilumine, para ver ¡que es o quien es! 

Es más, es posible que alguno de los comensales esté ingiriendo alimentos con audífonos puestos. Les propongo algo – sí, a la familia - ¿sería posible a partir de hoy establecer una norma, donde queda totalmente prohibido el uso de celulares, al menos a la hora de la cena? Oigan bien: PROHIBIDO.

Les agradecería sus comentarios.

lunes, 7 de octubre de 2019

No todo el terreno está labrado…


Muchos son los factores que inciden en el bajo rendimiento de los estudiantes de primer año en la enseñanza universitaria: nivel que le antecede “un tanto más amigable” vinculado a la edad 14 – 16 años, siendo jóvenes con un cierto grado de inmadurez, ligado a las “grandes concesiones” que le permiten (algunos padres) en cuanto a excesiva tolerancia, disminución de la exigencia ante el estudio, así como el no otorgamiento de responsabilidades necesarias que les ayude a entender desde una temprana edad, el entorno social y económico.

Es poco probable que los padres deseen, que los problemas que ellos presentaron, la sufran sus descendientes.

¿Por qué toda esta introducción? Me apoyaré en una de las tantas anécdotas que a lo largo de décadas como docentes, nos suelen suceder, para aquellos que seleccionamos o no (donde no necesariamente nacimos con la vocación de ser profesor/a) ésta profesión tan digna.

Atendiendo – como ya conocen los que me siguen – el área de Estudios Generales, solía darle un seguimiento constante (durante años) al comportamiento de la enseñanza de la matemática básica y comunicación y lenguaje, tanto en los cursos de verano (duración de 4 semanas aproximadamente), como en los períodos semestrales (4 meses realmente); para estas etapas se realizaban acompañamientos a clases al personal docente, tras cada clase además de analizar el desarrollo de la clase con el propio profesor, de ser necesario conversábamos con los jóvenes la necesidad de esforzarse y de forma general señalábamos el no cumplimiento de las tareas, evitar el uso de celulares (terrible distractor, siempre que no se vincule a la clase), así como en caso de computadoras o tabletas, “vigilar al profe, para cambiar de sitio en la web”, comportamientos que no ayudaban a una mejor comprensión y por ende los resultados no eran los mejores.

En una ocasión (una) dediqué a realizar un resumen del desempeño de cada estudiante (600 en primer año aproximadamente) tras el primer corte evaluativo en todas las asignaturas, que cursaban en ese instante (semestre) por grupos de clases (más o menos 20) y con esos datos, previa comunicación a los docentes para “robarle unos 15 minutos de su clase” ir a cada clase (preferentemente de matemática básica) y compartir en el colectivo los resultados globales en el corte y posteriormente y de forma individual - en el seno de la clase - conversar estudiante por estudiante, los motivos de su desempeño, cuantitativamente, entiéndase notas.

En un inicio costaba escuchar a los estudiantes expresarse, se miraban unos a los otros, brazos cruzados, sus ojos (de algunos) buscaban que la pantalla del celular se activase, como forma de refugio. En la propia medida que íbamos de grupo en grupo íbamos ganando adeptos a expresar su falta de estudio, ausencias a clases (por justificaciones injustificadas), problemas personales, etc.

Íbamos “ganando terreno” en el valor – en lo personal lo considero muy necesario e importante - de ser autocrítico: “Sí profesor, fui yo el que cometí ese error de no estudiar lo suficiente y me doy cuenta de la necesidad de mejorar mi conducta”, hasta aquí perfecto estoy logrando mi objetivo: mejores resultados en el próximo corte evaluativo, ligado a cambios de actitudes y aptitudes.

Pero diría que llegó la hora cero, donde una jovencita – unos 17 años tal vez – levantó la mano solicitando la palabra en medio de un análisis de uno de los grupos, se la cedí y a continuación lanzó una interrogante, y varias afirmaciones que dé inicio me dejaron mudo: ¿por qué tenía que dar a conocer el resultado de cada estudiante en el grupo y no lo hacía individual?, ¡Qué si ella no estudiaba, era su problema!, ¡Sus padre confiaban en ella!, y!… ella económicamente podía pagar el curso de verano de las asignaturas aplazadas sin ningún problema!

El tiempo en buscar una respuesta me parecieron horas, y solo atine a expresarle: joven, respeto sus comentarios. Concluí el minuto 15 de ese grupo y en dirección a mi oficina, no dejaba de pensar y reflexionar que como administrativo y docente, junto a los padres de familias, tutores y docentes en general cuanto nos queda por hacer con nuestros jóvenes, sobre todo en su formación integral.