lunes, 30 de agosto de 2021

¿Por qué el apuro?

En toda familia, siempre hay relatos, anécdotas, que suelen salir a “la luz”, cuando nos reunimos los integrantes de la misma – preferentemente virtual, para cómo andan los “tiempos covidianos” – o al menos a través de un correo electrónico. Muchos de ellos, que se pierden con el paso del tiempo y se retoman, generando en la mayoría de los casos sonrisas, que inclusive podrían trasladarse genéticamente. ¿En serio?

Tengo un conocido – casi hermano, por los años de amistad – que me contaba que un familiar suyo, dormía con los zapatos puestos (des acordonados, pero puestos), para ganar tiempo, en cuanto a dormir un poco más y que al bajarse de la cama, solo era cambiar la pijama por el pantalón (previo aseo) y la camisa que había dejado lista de la noche anterior; desayuno listo por una esposa que se levantaba mucho antes – no solo para atenderlo a él, sino también al resto de la prolífera “camada” de hijos(as) – que debía asistir a la escuela.

Pero, este apuro, ¿realmente se hereda? Si el relato del segundo párrafo, lo interpretásemos como ser una persona cumplidora, de trabajar excesivamente por la necesidad de una familia que mantener, inclusive en muchas ocasiones pasando por ello a un segundo plano a la descendencia,  en el sentido afectivo; de tratar de garantizar que los menores y jóvenes fuesen o alcanzasen metas superiores en su formación como estudiante y posteriormente como profesionales, donde él no lo pudo ser o lograr, siendo un ejemplo a seguir, categóricamente diría que SÍ.

Obviamente en este sentido habrá discrepancias entre usted y yo, estimado lector, y se preguntará ¿por qué no ser más medido, ecuánime, planificado? ¿Por qué andar el día entero estresado? No me refiero de ir a los extremos, ya que no siempre, resulta pertinente.

Les confieso algo: un estudiante que se destaca, por entregar primero sus trabajos, participar (de forma moderada, pero siempre en modo asertivo), cuyos resultados evidencia madurez, solidez en la palabra (escrita o verbal), sus argumentos manifiestan una investigación previa adecuada y confiable, hecho que tarde o temprano capta la admiración de sus compañeros de clase y profesores.

A lo anterior, le suma, ayudar a sus compañeros de estudio, promoviendo que TODOS cumplan con los compromisos individuales, previamente establecidos, para la entrega en tiempo, sea una exposición a través de un foro, plenario u otra modalidad.

Sin embargo, hay personas, que exponen que "las prisas no son buenas para nada", y pueden tener razón, claro está, aunque yo me apunto y apoyo a lo expresado por un rey de España, Fernando VII el que la dijo al ver que uno de sus sirvientes no atinaba a vestir al monarca antes de una importante reunión[1].

¿Cuál era la susodicha frase? "Vísteme despacio, que tengo prisa", una frase digna de reyes que, estamos seguros, deberíamos repetirnos los unos a los otros varias veces al día.

Es más, creo que la misma sería una adecuada vacuna para las personas que estudian o trabajan en modo “perezoso”

[1] Otros autores han puesto la expresión en boca de Napoleón o Carlos III. 

lunes, 23 de agosto de 2021

Adicto al trabajo

La primera vez que me dijeron que yo era una persona work alcoholic, lo cual me conllevo en mi cerebro a una traducción inmediata, ya que me parecía ofensivo al menos en lo del alcoholic (alcohólico), cuando no lo era – abstemio 100 % - y en el caso de work (trabajo), lo que la “suma” o combinación de ambas palabras, me conllevaban al nombre de este artículo.

Luego la persona que me lo dijo cuando nos conocimos y tuvimos la “química” suficiente para trabajar juntos durante 12 años, de manera armónica, respetuosa, complementaría, prácticamente resultaba una alabanza.

¿Motivos que conllevaron, a la calificación? Dedicar mucho tiempo, considero más que el necesario, a mi trabajo. Cometía el error personal de sopesar que, sino estaba ahí, además de tratar de ser lo necesariamente previsorio (que según el diccionario R.A.E. incluye previsión, prudencia y sensatez), obviamente con determinados márgenes de error siempre impredecibles, el accionar de la institución se detendría inexorablemente.

Consideraba – que al comenzar las clases a las 7 am – yo debía estar antes, previo a que iniciarán los “problemas”, de aquí que saliese a más tardar de la casa a las 5:45 am llegando a la oficina a eso de las 6:00 – 6:15 am y 5 minutos después recorría pasillos (en muchas ocasiones mi reloj a través de una aplicación me felicitaba por caminar en un día hasta 10,000 pasos, equivalentes a 8 – 10 km) lo que me venía como “anillo al dedo” para ejercitar las extremidades inferiores.

Después “me refugiaba” en la computadora avizorando algún correo, mensaje de la noche anterior, además de revisar en la agenda que teníamos para “hoy”, además de lo que quedaba del resto de la semana o de la próxima.

El resto del personal administrativo – académico, entraban dos horas después los cuales, al ubicarse en sus computadoras, eran “bombardeados” por un sinnúmero de correos – la mayoría míos – con orientaciones, solicitudes, agendas de reuniones, etc.

Vorágine que fue disminuyendo – con el paso del tiempo – dada sugerencias o recomendaciones y hasta bromas, las que formaban parte de la dinámica cuando celebrábamos los cumpleaños de alguno de los integrantes de mi equipo de trabajo, que “bajara el gas”, en señal de hacer lo mismo, pero “bajando la intensidad”.

Esto que relato era a lo interno; en lo externo, en una ocasión vinieron administrativos – académicos de una universidad centroamericana a conocer la aplicación o plataforma, con la cual, se planificaba y controlaba el desarrollo de la docencia a nivel institucional. Tras la exposición el rector visitante, me preguntó: ¿…y usted a que hora va a su casa?, interrogante que me estremeció por completo.

La respuesta primera fue una sonrisa de agradecimiento; lo segundo fue una reflexión que lo asumía como sentirme bien con lo que hacía, a la vez responsabilidad y hacer que las cosas funcionaran casi a la perfección. De no ser así, no sería yo.

Aparejado al trabajo, lograba la estabilidad, me permitía el poder garantizar los estudios de mi hija, darnos en la familia algún que otro gusto (como parte de la sociedad de consumo)

La interrogante es ¿valió la pena? Aclaro, no fue solo en los últimos doce años, sino en los 46 años de trabajo – siempre en el campo (privilegiado) de la educación -, en diferentes escenarios, países y responsabilidades. He considerado siempre que el planeta Tierra está hecho para los más avezados, los que se sacrifican (inclusive a costa de la familia), los que se superan de forma continua, los que no se detienen ante retos o metas, los que tratan de hacer un bien.

¿Me equivoco o equivoqué?

lunes, 16 de agosto de 2021

Toda historia tiene dos lados.

La existencia de redes sociales, más allá de establecer comunicaciones pertinentes, acercar distancias, además de fiables, suelen convertirse en campos de batallas virtuales, que giran en cuanto a opiniones diversas sobre diferentes temas, que pudieran no conducir a nada, más allá de provocar un alejamiento entre los que se comunican.

La Educación, los docentes, los estudiantes, también se ven afectados desde muchos puntos de vista, por lo que citaré varios ejemplos.

Padres de familia, que ante los resultados negativos de su(s) hijo(s), suelen dudar del docente ya que el comportamiento, el desempeño de los mismos, cuando del subsistema anterior – enseñanza media o bachillerato - del cual provienen, “antes, sus notas eran brillantes”.

Si el profesor es demasiado exigente, que si pone o envía muchas tareas, que es demasiada la carga de trabajo, etc. Siendo este un lado de esta historia, ¿y el otro lado? Un docente que no solo transmite el cómo aplicar los contenidos que imparte, ya que también promueve valores como es la puntualidad en la entrega de trabajos, donde se establecen cuentas claras a través de herramientas digitales, del período de transferir (día y hora) el trabajo realizado.

Posiblemente este docente se formó bajo otras circunstancias, donde sus abuelos, sus padres no andaban con “paños tibios” y estudiar era estudiar, con su horario establecido, la revisión de las tareas, aunque éstos no supiesen muy bien leer o escribir (¿apenas un sexto grado o menos?), ya que en el cuaderno había una parte que decía tarea, con preguntas o no - ya que existía la posibilidad que el estudiante no las había anotado – y las respuestas a las preguntas estaban en blanco. Cero televisión, que hoy en día sería cero tableta, play station, celular y otros.

Ya en otros momentos hemos mencionado, la transformación brusca que sufre el estudiante al ingresar a la universidad, donde cambia todo, todo. Se separa un poco de un docente paternalista que tuvo anteriormente, lo cual no excluye que tengamos profesionales de la docencia que asuman el rol de los padres, como tutores que escuchan, aconsejan, recomiendan, que llenan el “vacío” que se crea en la casa, por considerar que YA son universitarios y obviamente no es así sobre todo en los primeros años de estudio.

Otro elemento a tener en cuenta buscando el equilibrio entre los “dos lados”, resulta indagar, escuchar, analizar a través de diferentes fuentes (confiables, responsables) cuando se inscribe una clase y los padres de familia, preguntan “¿Quién es el docente que dará esa clase?”, además de afirmar que “¡Ese!, NO, con él no, ya que me han dicho otros padres, que es muy serio y “pelea” mucho, hasta alcanzar el nivel de “ser grosero”

Esta situación me conduce a pensar en un “fake news o falsa noticia”, de las que tantas navegan. ¿Por qué no recurrir al “otro lado”, una vez más? Solicitar -a la institución - criterios sobre el docente, su desempeño, es más conversar con el propio docente.

No queda duda que en la medida que exista un sentido común – entiéndase, “Capacidad para juzgar razonablemente las situaciones de la vida cotidiana y decidir con acierto” – entre las partes o lados, la distancia será menor, ¿y los resultados? Tal vez, llenen las expectativas.

lunes, 9 de agosto de 2021

Un antes y un después que no termina, sin embargo…

Con la publicación del presente artículo, aunque pueden haber transcurrido de una a varias semanas, no queda duda que el planeta Tierra se semiparalizó con la olimpiada Tokio 2020 o juegos de la XXXII Olimpiada, independientemente que la misma hubo de desarrollarse un año después producto de la pandemia.

Evento que se desarrolló del 23 de julio al 8 de agosto del presente año en Japón, con la participación de 204 países, donde se desarrollaron eventos de 42 disciplinas deportivas, con más de 17,700 atletas.

¿Qué medidas se tomaron para evitar el contagio en el desarrollo de las mismas? No se permitieron espectadores extranjeros, no locales e inclusive las delegaciones se vieron reducidas significativamente. La mascarilla era de carácter obligatorio dentro de los recintos deportivos, el número de aplicaciones de pruebas PCR era cotidiano

Los atletas y los miembros de los equipos de determinados países donde era alto el contagio, debían de realizarse una prueba diaria durante la semana previa a su llegada al país asiático; una vez que los atletas ingresasen a la villa olímpica, competir era el único motivo por la que se les permitía salir hasta regresar a sus países de residencia.

Evento deportivo en cuyo entorno país se veía afectado por un incremento del contagio, con un repunte del doble de contagiados en esa semana, producto de la variante Delta, de aquí considerar que los mismos se llevaron a cabo dentro de una “burbuja anti Covid”

A finales de julio 2021 contagiadas un total 196 millones de personas en todo el mundo, con 4,1 millones fallecidos a causa de la enfermedad[1]; en ese instante ya dosis de vacunas aplicadas alrededor 4.000 millones.

No queda duda que ver ascender la bandera de los diferentes países (oro, plata y bronce) y los rostros de los ganadores, mueve cimientos donde los sentimientos se evidencian a flor de piel, tras años de preparación previa por parte de los deportistas.

Hasta aquí – lo escrito – puede resultar, uno más de tantas publicaciones que se generarán derivada de esta olimpiada desarrollada bajo medidas estrictas para preservar la vida humana; sin embargo, pretendo darle un “toque tal vez diferente” con lo siguiente: ¿Por qué tantas personas, se resisten a ser vacunadas?; Acaso será, ¿por Ignorancia, por temor que le coloquen un “chip”” para controlarle la vida?, ¿por no tener temor a la muerte?

Con fecha del 06 de agosto 2021[2], la cantidad de personas contaminadas en el mundo eran de 201,087,259, la diferencia con relación a los días finales de julio fueron de 5,087,259 millones más de personas que portaban el virus, en cuanto a fallecidos 4,269,339, es decir un estimado de alrededor de 169 000 fallecidos en un lapso de 10 días en 236 países afectados; entiéndase que dejaron de existir diariamente 16 900.

Un alto especialista de un país productor de vacunas en América Latina, señalaba que cuando daba información cotidiana y sistemática del comportamiento de la pandemia, el propósito no era meter miedo, sino alarmar realmente a la población, insistir en la necesidad de cuidar la vida.

Si buscásemos excusas para no vacunarse, las hay inclusive legalizadas en cuanto a que las decisiones han de ser personales y no obligatorio, muestra de ellos protestas en varios países del continente europeo recientes. ¡Y es cierto!, pero… solo un dato hipotético – ojalá no me fallen las matemáticas: si continuamos al ritmo de 169 000 fallecidos en 10 días por 3 (equivalente a un mes), serían 507,000 fallecidos mensualmente, cifra que podría aumentar a pesar del aumento de vacunados, ya que una vez más se manifiesta la brecha de los países que dependen de las donaciones.

En fin, continuar compartiendo con sus nietos, hijos, hermanos, padres, amigos depende de usted. ¡Piénselo! Ah, se me olvida, cuídense para poder ver todos las Olimpiadas en París 2024.



[1] Según información de la Universidad Johns Hopkins de Estados Unidos.

[2] Fuente: https://www.paho.org/en/documents/paho-daily-covid-19-update-6-august-2021

lunes, 2 de agosto de 2021

¿Tóxico?


Posiblemente esta palabra la pude apreciar por primera vez, en los frascos de color ámbar, con su icono correspondiente, en las prácticas de laboratorio que realizaba en el primer año de la carrera de Licenciatura Química, previa orientación de la profesora en cuanto a las medidas a tomar de forma verbal, pero también detalladas donde nos daban las instrucciones por escrito, además del local, contar con las medidas a tomar en caso, que por error algún estudiante, cometiera alguna imprudencia.

Años después ya ejerciendo mi profesión como docente, recibíamos capacitación todos los profesores de la disciplina a nivel provincial donde abordábamos prácticas de laboratorio, que contenían los libros de textos. Y como, “en casa del herrero, cuchillo de palo”, ese día presionado por una cita, invitando a una joven a almorzar. Realicé mi práctica rápido y cometí el error de no lavarme las manos adecuadamente. Una hora después me encontraba degustando un exquisito conejo en salsa con champiñón y no quedaba de otra que cometer un error culinario de chuparme los dedos.

Quedamos en vernos en la noche, pero no fue posible: en la tarde de urgencia tuve que acudir al hospital, con principios de envenenamiento – intoxicado - al ingerir una leve dosis de un “familiar” del cianuro que formaba parte de los reactivos de la práctica de laboratorio. Solo recuerdo que desperté en mi casa, casi 24 horas después.

Retomando el nombre del artículo, y porqué dar mi criterio o reflexión al respecto, surge a partir de otros escritos – como pueden ser en las redes – donde surgen muchas palabras diría que nuevas, al no ser escuchadas o leídas con mucha frecuencia, como es el caso de resiliencia, por ejemplo, cuyo significado es “término empleado en psicología positiva que hace referencia a la habilidad para dejar atrás problemas, obstáculos y todo tipo de situaciones traumáticas. Consiste en mantenerse en pie ante situaciones de gran adversidad y equivaldría a lo que conocemos como fuerza o entereza” a partir de la pandemia que nos invade.

Volvamos a tóxico, su definición: “Se emplea para calificar a aquello que cuenta con veneno o que puede generar envenenamiento. Un veneno, en tanto, es una sustancia que provoca daños en la salud y hasta la muerte cuando un ser vivo entra en contacto con ella”, pero si este término lo asociamos a una “persona tóxica”, ¿será que nos envenenará la vida?

La persona tóxica, se caracteriza por afectar directa y negativamente a su pareja, amigos, familia o compañeros de estudio o trabajo, por ser egocéntrico[1] y narcisista[2]; también inhabilitan el crecimiento de aquellos que le son más próximos, ya que se centran en sí mismo, y no son capaces de ayudar a los demás, creen que su opinión es la más importante, dominan la conversación y menosprecian o dan poca importancia a aquellos que no consideran que estén a su altura.

¿Qué hacer cuando tenemos a una persona así, que forma parte del colectivo con los que pudiéramos socializar o no directamente? Obviamente no les puedo recomendar el antídoto que medicinalmente me recomendaron, la vez que me envenené, porque perdí el conocimiento, pero considero que la clave está (posiblemente en “varias dosis”) en conversar con la persona – que resulta más complejo, si es mayor de edad (o no), y tiene responsabilidades administrativas, lo que pudiera dificultar su accesibilidad – mostrándole la necesidad de gestionar de forma adecuada sus emociones; que debe acercarse y escuchar a quienes le rodean, ser abierto a diferentes perspectivas y, aunque no las compartan, saber respetarlas, entre otras.

En el caso de los estudiantes pudiera resultar más sencillo - relativamente – ya que en él o ella pueden incidir problemas familiares, de aquí la necesidad de ampliar el espectro de conversación con los padres o tutores, si fuese el caso.

En fin, una responsabilidad más que tenemos los educadores, y es “vacunar” a las personas tóxicas cuyo tratamiento a mediano plazo, los podrá acercar a personas “sanas” en su comportamiento, en su conducta, en el fortalecimiento de sus valores.



[1] Incapacidad de tenerse a sí mismos como referencia.

[2] Se refiere a cómo priorizan sus ideas y motivaciones por sobre los otros, menospreciando a aquellos que no son de utilidad para ellos. La característica narcisista puede llegar a ser un trastorno.