
Mis padres fueron muy estrictos hasta un punto, regaños,
castigos (no ir a fiestas, no había celular, tabletas, computadoras en ese
entonces, supongo que me lo habrían quitado o no permitido usarlo) ; tal vez el
rol de mamá en indicarme “…se lo diré a tu padre, para que…”, siendo ella más
benevolente, era darle fuerza (lejos de la equidad de género) para temerle,
sino hacía las tareas o si mis notas eran bajas y peor cuando me hacían
llamados de atención por quedar aplazado en una asignatura y crisis cuando
peleaba físicamente con alguno de mis compañeros de estudio. Felizmente mucho
de estos desatinos fueron siendo comprendidos y erradicados con el tiempo: ¡Ellos
tenían la razón!
Pero como ser social, humano, me correspondía lo que
consideraba en lo personal, transmitir los mejores valores, para tratar que los
errores posibles cometidos, tuviesen menos impacto en mis descendientes (me
queda claro que nadie escarmienta por cabeza ajena, pero nos corresponde como
padres, educarlos)
Hay muchos factores que se achacan a la Genética, ciencia
que estudia la transmisión hereditaria de los caracteres anatómicos,
citológicos y funcionales de padres a hijos, que si especificamos un poco, se
transmiten algunos rasgos de personalidad, pero otro elemento que influye y no es
genético lo es el entorno, entiéndase “conjunto de circunstancias o factores
sociales, culturales, morales, económicos, profesionales, etc., que rodean una
cosa o a una persona, colectividad o época e influyen en su estado o desarrollo”
¿A qué viene todo lo anterior, se preguntará?
Hace poco recibía una llamada de mi hija, indicándome que me
agradecía toda mi insistencia en que estudiara mucho siempre, por logros recientemente alcanzados – esas palabras me
dejaron paralizado –, hecho que se trasladaba años atrás a no querer estudiar
un idioma (el cual constaba de varios niveles) el fin de semana y que había
quedado aplazada en uno de los mismos, porque era “mucha la carga académica” además
de los estudios regulares.
La medida fue “…volverlo a repetir, estudiar, notas
altas… y que cuando se graduara me reembolsaría el costo del curso…”. No estoy
claro si más allá de la problemática mundial y actual, de violentar los
Derechos Humanos (En la Declaración Universal de Derechos Humanos, adoptada y
proclamada por la Asamblea General en su resolución 217 A (III), el 10 de
diciembre de 1948 y en particular el artículo 12 (parte de mismo) “Nadie será
objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada…”) ¿habría yo cometido ese
error de actuar con justeza y no actuar con el rol de “bueno”?
En mis tiempos les comento, y no dudo que los derechos
humanos se violentaban, pero para los padres (padre, madre, tutor) de hoy, la
exigencia, el llamado de atención con elementos concretos y tangibles, con
sanciones educativas que permitan reflexionar a los y las jóvenes, no están
peleados con los Derechos Humanos.
Casualmente en el artículo 26 de la
Declaración Universal, acápite 3 plantea “Los padres tendrán derecho preferente
a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos” Yo me inclino
por pertenecer al bando de los justos (que es muy difícil serlo) y no al de los
buenos. ¿Y usted?
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