
Es poco probable que los padres deseen, que los problemas
que ellos presentaron, la sufran sus descendientes.
¿Por qué toda esta introducción? Me apoyaré en una de las tantas
anécdotas que a lo largo de décadas como docentes, nos suelen suceder, para
aquellos que seleccionamos o no (donde no necesariamente nacimos con la
vocación de ser profesor/a) ésta profesión tan digna.
Atendiendo – como ya conocen los que me siguen – el área de
Estudios Generales, solía darle un seguimiento constante (durante años) al
comportamiento de la enseñanza de la matemática básica y comunicación y
lenguaje, tanto en los cursos de verano (duración de 4 semanas
aproximadamente), como en los períodos semestrales (4 meses realmente); para
estas etapas se realizaban acompañamientos a clases al personal docente, tras
cada clase además de analizar el desarrollo de la clase con el propio profesor,
de ser necesario conversábamos con los jóvenes la necesidad de esforzarse y de
forma general señalábamos el no cumplimiento de las tareas, evitar el uso de
celulares (terrible distractor, siempre que no se vincule a la clase), así como
en caso de computadoras o tabletas, “vigilar al profe, para cambiar de sitio en
la web”, comportamientos que no ayudaban a una mejor comprensión y por ende los
resultados no eran los mejores.
En una ocasión (una) dediqué a realizar un resumen del
desempeño de cada estudiante (600 en primer año aproximadamente) tras el primer corte evaluativo en
todas las asignaturas, que cursaban en ese instante (semestre) por grupos de
clases (más o menos 20) y con esos datos, previa comunicación a los docentes
para “robarle unos 15 minutos de su clase” ir a cada clase (preferentemente de
matemática básica) y compartir en el colectivo los resultados globales en el
corte y posteriormente y de forma individual - en el seno de la clase -
conversar estudiante por estudiante, los motivos de su desempeño,
cuantitativamente, entiéndase notas.
En un inicio costaba escuchar a los estudiantes expresarse,
se miraban unos a los otros, brazos cruzados, sus ojos (de algunos) buscaban
que la pantalla del celular se activase, como forma de refugio. En la propia
medida que íbamos de grupo en grupo íbamos ganando adeptos a expresar su falta
de estudio, ausencias a clases (por justificaciones injustificadas), problemas
personales, etc.
Íbamos “ganando terreno” en el valor – en lo personal lo
considero muy necesario e importante - de ser autocrítico: “Sí profesor, fui yo
el que cometí ese error de no estudiar lo suficiente y me doy cuenta de la
necesidad de mejorar mi conducta”, hasta aquí perfecto estoy logrando mi
objetivo: mejores resultados en el próximo corte evaluativo, ligado a cambios
de actitudes y aptitudes.
Pero diría que llegó la hora cero, donde una jovencita –
unos 17 años tal vez – levantó la mano solicitando la palabra en medio de un
análisis de uno de los grupos, se la cedí y a continuación lanzó una
interrogante, y varias afirmaciones que dé inicio me dejaron mudo: ¿por qué
tenía que dar a conocer el resultado de cada estudiante en el grupo y no lo
hacía individual?, ¡Qué si ella no estudiaba, era su problema!, ¡Sus padre
confiaban en ella!, y!… ella económicamente podía pagar el curso de verano de
las asignaturas aplazadas sin ningún problema!
El tiempo en buscar una respuesta me parecieron horas, y
solo atine a expresarle: joven, respeto sus comentarios. Concluí el minuto 15
de ese grupo y en dirección a mi oficina, no dejaba de pensar y reflexionar que
como administrativo y docente, junto a los padres de familias, tutores y
docentes en general cuanto nos queda por hacer con nuestros jóvenes, sobre todo
en su formación integral.
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