La tendencia – producto de la pandemia actual – ha comprometido
a las instituciones educativas a la impartición de clases con el uso de
recursos tecnológicos, hecho que implica un sinnúmero de acciones previas, para
que pueda establecerse el vínculo docente – estudiante(S)
Un colegio, escuela, universidad que cuente con una plataforma
académica, que soporte materiales (documentos), vídeos, verse en línea (con el
uso de Zoom, Skype, o de la propia herramienta u otros) lo cual representa un
respaldo tecnológico necesario; pero tal vez lo más importante por donde debí
comenzar es la preparación de los y las docentes (lo cual significa un gran
esfuerzo de los mismos, en la adquisición de competencias digitales)
Preparar al docente, no resulta nada sencillo, que al
principio algunos pocos muestran una cierta resistencia, entiéndase “…sino es
presencial, ¡no la imparto!” por supuesto un planteamiento draconiano, que se
convierte en “prehistórico”, que al escucharlo personalmente me venía a la
mente: “…no hay de otra, la historia (en esta caso la tecnología) le pasará la
cuenta”; por suerte la experiencia que tengo es otra, tuve la dicha de contar
con un colectivo de profesores - de todas las edades- que asumieron el reto y
lo sobrepasaron, como decimos los profesores de química “en cantidades industriales”.
Me correspondía darles acompañamientos a clases en modo
virtual incorporado como “estudiante” en cada una de sus clases, que por supuesto
observaba y respetaba (nada de interrupciones) y al final de la misma (2 o 3
horas), si el docente me lo permitía aprovechaba para felicitar a los
estudiantes, recoger opiniones de recibir la clase en ese modo (los pro y los
contra); terminada esta parte, analizaba el desempeño de la clase,
recomendaciones (pedagógicas), y no podían faltar las felicitaciones siempre,
¿por qué esto último, se preguntará estimado(a) lector(a)?
La respuesta es sencilla, si la sintetizo en una frase: “amor
por educar”, sin horas de reparo en la preparación de una clase, búsqueda de
información, de recursos, investigar, incluyendo hasta la posibilidad de dormir
mal, sobre todo cuando surge una idea mientras trata de conciliar el sueño; que
decir cuando tuvo en un principio la necesidad de adquirir de su bolsillo una
computadora, conexión a internet, el pago la electricidad (que continua
pagando) y posiblemente sin las condiciones idóneas desde su hogar (por razones
hoy en día de la pandemia)
Una característica (o más de una) en esta modalidad de
trabajo virtual es el rol o desempeño del estudiante que se puede ver permeado
por la “lluvia” de tareas, orientaciones, conectarse “en vivo”, dedicándole
unas 6 horas diarias a lo que se suma en la semana entre 6 y 7 clases, siendo
éste el eslabón más frágil de la cadena clase con sus actores estudiante - docente.
Cuando el docente imparte una clase presencial (las que pudieran
“desaparecer por un tiempo”) tiene que tener control de la disciplina (¡vital!)
no con regaños, sino con la persuasión - proceso
mediante el cual se emplean mensajes a los cuales se dota de argumentos que los
apoyen, con el propósito de cambiar la actitud de una persona, provocando que
haga, crea u opine cosas que originalmente no haría, crearía u opinaría-,
con el uso de recursos llamativos; que cuando pasa a la modalidad virtual, el
docente requiere de más exigencia y disciplina, que los jóvenes no se
desconecten, crear hábitos ligado al horario, planificación de sus actividades,
entre otras y sobre todo mucha madurez, que no resulta tan fácil, en la
enseñanza media, bachillerato y los primeros años de la universidad.

Que si este proceso por alguna razón “se debilitara”, no
estimulando las administraciones fundamentalmente al personal docente, quien tendrá
las de perder será el estudiante, aprendizajes superficialmente adquiridos o no
adquiridos, períodos académicos “perdidos” producto del COVID-19.