Fui invitado en Semana Santa a conocer una ciudad[1] donde ocurre un evento que fue declarado por la UNESCO Patrimonio Cultural de la Humanidad. Más allá del motivo de la ubicación geográfica atrajo mi atención en esta magnífica celebración la devoción de sus participantes -prácticamente todo un pueblo-, que con cada procesión (varias) unos cargaban las imágenes del Nazareno o de su Madre Santa, sostenidas por más de 150 personas en que cuyo rostros pegados a las andas se evidenciaban con sus ojos cerrados una mezcla de dolor, amor, gratitud, solicitar que la solicitado se cumpliese, en algunos casos personas cuyas piernas tambaleaban no solo por el empedrado del camino, sino por el dolor de todo un cuerpo sometido a un peso extraordinario, pero que no constituía un freno ni a continuar el camino y menos con la devoción.
Paralelo al camino en fila
apretada y muy organizada se trasladaban cientos de devotos –de todas las edades–
ataviados bajo mantos de color violeta cuya responsabilidad era el cuido de
evitar que los cientos de visitantes interrumpiesen el paso de la procesión.
No podían faltar las personas (líderes)
que, con atuendos blancos, contrastante con partes doradas orientaran la
marcha, a la par de conversar con personas que tomaban fotos para que tuviesen
la amabilidad de retirarse a la acera o banqueta.
Tras cada procesión van personas
de la Alcaldía con palas, escobas y un pequeño camión donde inmediatamente
recogían la basura. ¡Cuánta organización!
¿Su duración? Corta, ya que sobre
ellas pasarían las procesiones, ¿acaso un trabajo en vano para tan poca
duración? No, la función de su construcción más allá de ratificar su
reconocimiento internacional cultural, es una invitación a que los feligreses caminasen
sobre la misma adornándoles el camino divino. Esto se repetiría durante toda la
Semana Santa.
Pero no concluyo, algo que me
llamó la atención vinculada a lo cultural, pero en esta ocasión en manos de extranjeros
atraídos por una amplia divulgación turística y fue a la hora de almorzar, por
suerte llegamos a tiempo, detrás nuestro el restaurante fue “inundado” por
visitantes en cuyas gorras se evidenciaba la bandera del país de procedencia de
habla hispana, tal vez unas 100 personas. Tras la entrada, un grupo musical
cuyo instrumento fundamental era la marimba (considerada un símbolo patrio de
identidad, de unidad nacional, de orgullo) comenzaron a golpear con sus
clavijas sobre el teclado armónicamente ligado al encajonado cuya función es la
resonancia, al hacer circular las notas musicales de un canción cuyos
participantes cantaban hasta desgañitarse, bailar, corear, emergiendo desde la
nada la bandera nacional de los coristas improvisados, canción que podía ser:
Mi viejo San Juan, la Guantanamera, Alma llanera, Venezuela mía, La negra, La
flor de la canela, Recuerdos de Ypacarai, La mora limpia, Viva León jodido, La
cocaleca, Tico, ….
[1]
Ciudad Antigua, fundada el 10 de marzo de 1543, La Antigua Guatemala fue
declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por
la Unesco en el año 1979.
Tuvo que ser muy bonito y emocionante
ResponderEliminarHermosa e interesante experiencia Ernest, gracias por compartirla.
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