Posiblemente en más de una ocasión por temas alimenticios habrás escuchado acerca de la pirámide nutricional, la cual suele constituir una referencia gráfica de la cantidad de los diferentes grupos de alimentos recomendados para consumir diariamente por las autoridades sanitarias para mantenernos saludables.
En cuya cúspide le corresponden
los alimentos que conviene ingerir de manera esporádica, o sea, no diariamente,
pues son sabrosos, pero no brindan ningún contenido nutricional importante,
como dulces, snacks salados, grasas untables y bebidas azucaradas; mientras que
en el extremo contrario, la base, suelen posicionarse los que pueden consumirse
a base diaria, pero siempre dependiendo del grado de ejercicio físico y
actividad cotidiana. En este peldaño se hallan el pan de harina de cereal de
grano entero, pasta integral, arroz integral, papas, legumbres tiernas y
castañas.
Y si por analogía construyese una
pirámide educacional, cuyos grupos estaría conformados por directivos,
docentes, estudiantes, padres de familia, la problemática sería el orden donde
podemos coincidir o discrepar.
Mi propuesta -con la salvedad que
esta figura geométrica la haré invertida-, entiéndase la base en la parte
superior, siendo la más importante la más amplia y encima el profesorado,
¿después?, los estudiantes (casi obligado dado el “encadenamiento” proceso de
enseñanza-aprendizaje) en el nivel inferior.
¿Escaño siguiente? Padres de
familia, tutores; Y, ¿en la base (recuerde que está invertida la pirámide) ?,
los directivos.
Mmmm… y aquí es donde pudiera
generarse la controversia, en función que quienes dirijan el proceso se
encuentren en la parte inferior. Mi hipótesis, lo determinaría en función de
que si bien al directivo le corresponde decidir dependerá de un adecuado
liderazgo, lo cual sería crucial para la buena marcha de la institución. Pero,
¿quién está al “pie del cañón” en el aula? El docente, que día a día “lucha”
por lograr, disciplina, formación en valores, la aplicación de los contenidos
de la(s) asignatura(s) que imparte cuando a veces no suele contar con todas las
“herramientas” necesarias: grupos numerosos, falta de capacitación con énfasis
en lo tecnológico y en algo tan complejo y a la vez delicado como es el
“promocionismo”, entiéndase ‘Tendencia a aprobar a estudiantes que
no tienen los conocimientos suficientes para pasar de curso’
No es posible que dos personas piensen
exactamente iguales, que, si me traslado a lo que llamo la teoría del
absurdo[1],
es que no dos, sino que el 100 % del estudiantado de la clase promueva con el
número o letra máximo de la escala, algo similar es cuando ningún estudiante
aprueba.
El resultado de la evaluación con
justeza, ha de ser el que el estudiante evidenció a lo largo de la duración de
la clase y no otro. Que, si la dirección le da seguimiento al comportamiento de
la evaluación sistemático del estudiantado, si estableces planes remediales
apoyándose en monitores, estudiantes aventajados y los resultados mejoran al
final, el esfuerzo bien vale la pena, pero no todos con el máximo, que de ser
así haría tambalear la teoría de las probabilidades.
¿Y en el caso del rol de los padres? Apoyar al profesorado todo el tiempo, no juzgarlos porque «…son muchas las tareas, con argumentos poco sólidos, comentarios poco tangibles y para colmo cuestionables y compartidos en las redes sociales, donde dañan la imagen del docente»; ¿no sería preferible asistir a la institución y conversar con el (la) docente?
Y si por casualidad esta situación no
es analizada por quienes les corresponda como ha de ser, con justeza, de forma
transparente, no dudo que la pirámide pueda “desplomarse”, donde el daño será
para todos los actores, pero los que sufrirán más serán los de la “planta
baja”
[1] El
pionero del "absurdismo" fue el filósofo danés Søren Kierkegaard. El
término absurdo hace referencia a aquello que carece de sentido o que es
opuesto o inverso a la razón. El concepto también se refiere a lo extraño,
raro, descabellado, ilógico o insensato.
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