Escuchar o leer la
palabra FELICIDAD, difícilmente o poco probable que no nos pueda trasladar -
cuasi máquina del tiempo – a determinados momentos en la vida que nos
resultaron gratos y que inclusive una lágrima no planificada surja a partir de
los sacos lagrimales y bien recorra la mejilla o se dirija a la cavidad nasal,
complementado con una sonrisa, con la correspondiente contracción y elevación
(una vez más) de la mejilla, sin importar que produzca arrugas alrededor de los
ojos.
Que si me remito a la
búsqueda – su significado - de la palabra felicidad[1],
encontramos: «Es un estado de ánimo positivo, vinculado con las experiencias
personales de cada individuo y que puede manifestarse de muchas maneras
distintas, de acuerdo a la personalidad y al carácter».
También puede
entenderse como «un estado de bienestar general, vinculado a la sensación de
plenitud y a la calidad de vida».
La felicidad no se
busca – al menos conscientemente – pero, se logra cuando responsablemente
asumimos una tarea, que, si bien nos permite ‘paralelamente’ desarrollar un
conjunto de habilidades, que están alineadas con nuestros propósitos personales
(deseos y aspiraciones) y que a mediano plazo se alcanza, por ejemplo: 5 años
de estudio y cuyo resultado se hace tangible con la certificación de «Mejor
estudiante de…», cuyo resultado se ‘desborda’, se hace extensible a los padres,
a la familia, a los amigos.
Felicidad que se
‘recoge’, como el resultado de apreciar un sencillo, pero no menos valioso,
agradecimiento de un exalumno presencial o vía chat o correo, sobre todo para
aquellos que ejercemos la tan digna profesión de docente.
La vida no es una
‘línea’ sin escollo, sin dificultades, sin ‘piedras en el camino’, la
¿solución?, saberlas afrontar, aunque a veces no tengamos todos los ‘escudos’
suficientes, para lo cual será necesario saber coexistir con los problemas y
dificultades y que a lo largo la vida no excluye que podamos ser felices, ¿un
año perdido por no haber estudiado lo suficiente?, que, superarlo dependerá de
la auto percepción, de las creencias y valores y de la madurez que nos permita
reflexionar, ¿dónde y en qué me equivoqué?
No podemos restarle
valor a la felicidad, recogida en la historia por destacados filósofos, y para
muestra varios ‘botones’:
o «La felicidad se alcanza por medio de la autorrealización y el desarrollo de los propósitos personales»[2]. Aristóteles (384-322 a. C.)
o
«La felicidad ha de ser un deber
humano, que solo depende de uno mismo». Inmanuel Kant (1724-1804).
o
«La felicidad se produce cuando
coinciden los deseos o ‘vida proyectada’ con lo que sucede en la realidad o
‘vida efectiva’. José Ortega y Gasset (1883 – 1955)
No queda dudas, ante la interrogante del título del artículo (… ¿se quita?), que la respuesta es NO, momentos muy gratos que pueden rondar en nuestro cerebro, que los retomamos – acelerando con ello la producción de endorfinas[3] -, que los recordamos, sencillamente porque: «Recordar, es volver a vivir».
[1]
La palabra felicidad proviene del latín de la palabra felicitas, que deriva de
la palabra felix y significa “fértil” o “fecundo”.
[2]
Conocido como Eudaimonia. Término griego que se traduce como
"felicidad", "bienestar" o "vida buena"
[3]
Hormonas que se producen en el cuerpo y que se asocian con la sensación de
felicidad y bienestar.