
Ya al peinar canas o disponer de una pronta calvicie, te
miras al espejo y sobre tu cara se observan surcos, estrías, manchas, sobre la
piel las cuales inducen que el tiempo simplemente pasa.
Cuando viajo al terruño que me vio nacer sería incierto no expresar que el sistema nervioso se manifiesta en “todo su esplendor” tales
como: mal dormir, tos y otros, a lo que su suma las compras necesarias de
presentes que en algunos casos suelen ser obsequios materiales que reflejan la
cultura del país que te recogió, por los motivos que fuesen.
Horas antes en el aeropuerto (¿2, 3?) chequeo, muestra de
pasaporte, se repite en caso de un segundo avión y tras cruzar el Caribe, y llegar
a tierra; una vez más el chequeo y tras la apertura de las puertas automáticas
encontrarte con decenas de personas que esperan, que observan desesperadamente el
arribo de familiares, amigos.
Tras ser detectado surgen los gritos, brincos, sonrisas a la
par de lágrimas hasta fundirse en abrazos, que en el caso de tomar un taxi – dado que
tus familiares más allegados alcanzan una edad privilegiada que sobrepasa
(mucho, mucho) la esperanza de vida y no pueden asistir – y visualizar las
calles, los árboles, los edificios los cuales han de resultarte conocidos y a la
vez recordados cuando transitabas por supuesto con mucho menos edad.
Subir las maletas a un primer o segundo piso (todo depende
si al primer piso le denominas planta baja o no) y sudado a pesar del anuncio
de la llegada de un frente frío, tocar la puerta (aún nervioso, pero ya más
seguro) y – lo que no pudiste hacer en el aeropuerto - abrazar cálidamente a tu
gente: hermano, madre.
Llegan los vecinos, otros familiares, amigos, a la par suena
el teléfono, prácticamente es todo un espectáculo de recibimiento que realmente
se extraña, y aclaro no es porque te reciban en sí, sino por la estima en ambos
sentidos del tiempo que ha pasado sin vernos físicamente a pesar de las
diferentes plataformas informáticas que nos “acercan” o que nos mantienen en
contacto por un like (o me gusta), pero que evidentemente no es lo mismo, ni se
escribe igual.
Ese día o noche será larga, haciendo cuentos, hablando de la
familia que dejaste y que en esta ocasión no pudieron acompañarte – pero que
tienes presente ese mismo día en notificar por una vía u otra, “…familia,
llegué bien a casa, viaje excelente”-; que decir cuando te indican que sigamos
conversando después y pasemos a cenar, y que como parte del recibimiento te
esperan los alimentos que no son comunes de donde procedes y que extrañas
significativamente que solo con nombrártelos se te "hace la boca agua"
No pueden faltar en los días posteriores visitar a los
amigos (o recibirlos), donde lo primero es preguntar sobre la familia, esposa,
hijos, la sorpresa de nuevos nietos(as), en ocasiones las mala noticia de
padres fallecidos; que decir cuando vas de compras al mercado, para “reforzar la
dispensa”, y que a la par “chocas o retomas” en la calle con las costumbres de
las personas en cuanto a “realizar gestos con las manos al comunicarte o hablar
alto aunque sean 10 metros lo que separa a una persona de otra”; o dar unos
pasitos con cierto ritmo - sin importar quien o quienes te rodean - cuando
escuchas a lo lejos música bailable.
Otra tradición que suelo hacer es caminar fuera del barrio y
trasladarme a la ciudad “vieja” rodeada de casas y edificios unos restaurados,
otros no, nuevos hoteles, monumentos, estatuas, hasta arribar a ese muro grueso
construido a la orilla del mar, playa o puerto para protegerlos de la fuerza
del agua, que llamamos malecón.

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