De aquí que no sea el tema central que aborde hoy en el presente
artículo, pero que de una manera u otra “roza” al sexo femenino; hace muchos
años una ex – estudiante graduadas con honores en la universidad, alcanzando la
licenciatura, su intención de continuar superándose la llevó a un país asiático
a realizar su maestría.
En una de sus vacaciones (un mes, al año) visitó la
universidad y nos encontramos en el pasillo casualmente donde conversamos sobre
su experiencia en su nueva casa de estudio, etc. Tuvo que aprender el idioma,
además de adaptarse a la nueva cultura y en particular a la puntualidad.
Aspecto que le llamaba mucho la atención y que hasta ese
momento entendió – por lo visto en lo personal no logré mucho, ya que en los cursos
de inducción solía explicarles a los estudiantes de primer año, la importancia
de la puntualidad a clases, en la entrega de trabajos y otros – porque las
personas de ojos rasgados y piel amarilla en su comportamiento, en su actuar,
en su disciplina, lograban tantos éxitos, y uno de los aspectos era ser
puntual.
Inclusive en una ocasión llegó 5 minutos antes de la clase y
sus compañeros/as les reclamaron, porque había llegado tarde (¿?), ella se
preocupó que todavía según su reloj quedaba tiempo…; la respuesta inmediata y
al unísono del colectivo de estudiantes fue “¡…es que nosotros llegamos 15
minutos antes previsto, para socializar y compartir…!”
En lo que me compete, también tengo “n” anécdotas, referente
a ser puntual: tenía una primera reunión de trabajo en el Ministerio de
Educación para un proyecto en particular del cual estaba interesado, promovido
por personas de nacionalidad alemana. La reunión era a las …en punto; 30
segundos antes golpee la puerta y escuche “…ese debe
ser la persona que esperamos”, entré y me sorprendió el ser recibido con una
sonrisa “colectiva” el responsable de ellos, exclamó: “…ven, les dije, yo solo
trabajo con personas puntuales, lo demás nos queda claro”; “La plaza es suya”
Por supuesto detrás de ser puntual, hubo muchas personas,
que siempre me educaron en ser puntual (mis padres), el rigor de la escuela y
mis profesores; asumir el rol de educador, lo que implicaba transmitir la
herencia de los mejores valores a mis discípulos, así como a mis compañeros de
trabajo; siempre debía llegar primero que ellos/as, que cuando abriesen la
puerta del salón de reuniones ahí estaba, que no se perdiera un minuto de
tiempo; si la reunión se programaba para un tiempo exacto, ese era el tiempo
necesario, no más.
Otras cosas había que hacer, y el tiempo es oro. ¿Por qué
tomar tiempo “malgastado” del trabajo, para restarle tiempo que la familia
merece, que tanto lo necesitan ellos/as, como nosotros?
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