lunes, 22 de marzo de 2021

Una necesita de la otra.

Hay a quienes les gustan más los números y a otros las letras o viceversa, donde posiblemente la balanza se incline más hacia los grafemas (mínima unidad distintiva de un sistema de escritura, o sea, el mínimo elemento por el que se pueden distinguir por escrito dos palabras en una lengua), sintiendo temor por los signos gráficos o conjunto de signos gráficos que expresa o representa esa cantidad, llamado aritmofobia, entiéndase miedo a las matemáticas.

Temor que puede evidenciarse con estrés cuando deben calcular; es más solamente llegar a realizar un cálculo se ha demostrado científicamente que activa el cerebro, los centros del miedo, así como las áreas que reaccionan al peligro y el dolor.

Pero las letras, que componen la secuencia escrita, que nos ayudan además a representar los fonemas, que se manifiestan en el habla en forma sonidos distintivos, tampoco a otros les agrada, ¿leer?, ¿escribir?, donde posible esto último se limite a presionar teclas y no lápices o bolígrafos, sin importar que escriba komo o como, ¡si suenan iguales!

Pero, ¿acaso no podemos vivir armónicamente con ambas? Por ejemplo: un estudiante de primaria tiene 5 años, otro de su mismo grupo tiene uno más. ¿Cuántos años tiene el segundo niño? Para responder conociendo que la palabra más (adverbio de cantidad), implica 5 +1 = 6.

Ejemplo que parece sencillo y que solía encontrar – según me argumentaba un excompañero de trabajo y profesor de matemática, que impartía clases en primer año como asignatura de estudios generales - en estudiantes de primer año, donde presentaban serias dificultades en las operaciones básicas, como la suma, resta, multiplicación y división. ¡BÁSICAS!

Viéndolo desde otro ángulo, era a la hora de proporcionar una respuesta numérica empleando para ello letras, por ejemplo: en vez de doscientos treinta y cinco, escribían doscientos trenta y cinco. Nota: como pueden apreciar al escribir el corrector ortográfico de la computadora me señala error en trenta.

Hecho que pudiera materializarse, de realizar una evaluación, donde el estudiante haga uso de su bolígrafo en un papel, evidenciándose un error ortográfico por supuesto no corregido y que el docente debiera calificar.

¿Qué decir en el peor de los casos, cuando una monografía, para graduarse de la universidad, presenta errores, no solo ortográficos sino también de redacción (del verbo redactar: se refiere al acto de componer textos escritos mediante el uso adecuado de la expresión verbal escrita)

¿Solución posible? En el caso de la matemática, muchos ejercicios, sobre todo donde sea aplicable, con ejercicios prácticos que le den un sentido agradable, del porque de la necesidad de esta ciencia pura; en el caso de las letras, no hay nada mejor para la escritura y la fonética que leer, leer y leer, escribir, escribir y escribir, comunicarse, comunicarse y comunicarse.

No queda duda que, errores de un bando u otro, o de forma simultánea, pondrá en tela de juicio a los usuarios en cuanto a sus conocimientos adquiridos, sin importar la edad. Luego docentes de matemática y español (o comunicación y lenguaje) en manos de ustedes está que calculemos, escribamos, leamos, interpretemos, redactemos bien. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario