Han sido muchas las generaciones que a la hora de preparar las “cosas” para llevar al día siguiente a la escuela, en ellas no podía faltar – libros, libretas o cuadernos, borrador, regla, sacapuntas o tajador, calculadora[1], y la mochila, en el cual se “sumergían todos” – el lápiz. Sin él, éramos “sordos, ciegos y mudos” Sencillamente, no escribir en el aula, implicaba un regaño espectacular.
El lápiz – siendo su antecesor, el estilete y utilizado por los romanos para “escribir”
sobre el papiro –, cuando hacemos uso de este, quedan sobre el papel nuestros
rasgos caligráficos o trazas al deslizar el grafito
(materia prima , que junto a una cierta cantidad de grasa o arcilla especial,
encapsulado generalmente en un cilindro de madera fina; su nombre viene del
griego (graphein) que significa dibujar), cuya lectura no necesariamente puede
ser legible, pero que enmiendas poco a poco, con el propósito de quien te “califique”,
tenga la opción de entenderte, con una excelente ortografía y redacción.
Hoy en día aquellos que cuentan con un teclado – computadora, tableta,
celular -, ponen en riesgo la desaparición de los lápices (inclusive bolígrafos
o plumas), además, como valor (¿o antivalor?) agregado, de incorporar un
sinnúmero de faltas de ortografía, que no necesariamente tenías en un comienzo.
¿Cierto? La premura con que se escribe, - factor de alta
incidencia -, puede conducir a no colocar, o colocar de más, o donde no van, acentos,
comas, signos de puntuación o gramaticales, números arábigos, entre otros, que suelen
ser corregidos automáticamente por programas ya elaborados a tal efecto.
Sorpresivamente te aparece la palabra mal escrita o incompleta
subrayada en rojo y para bien o colmo, al colocarte sobre ella y dando clic con
el botón derecho del mouse o ratón, se despliega una “ventana” donde aprecias
como se escribe correctamente e inclusive opciones de palabras que se asemejan
con tal de subsanar tu error; sin contar el uso de aplicaciones que te permiten
corregir elementos como frases redundantes,
frases extensas, el uso de prefijos y sufijos, capitalización de nombres
propios, términos erróneos, puntuación y todos los signos, entre otros.
Si tu recurso tecnológico cuenta con un lápiz óptico (o S-pen:
lápiz de la marca Samsung) o con el dedo, escribes en la pantalla y
seleccionada la opción convertir a texto, te indica que han existido errores, y
queda del usuario, la acción de corregirlo.
Es más, dictas – a través de un micrófono – y ¡TE LO ESCRIBE
CORRECTAMENTE!, lo guardas, lo adjuntas a un correo y se lo envías a tu profesor(a)
y YA.
¿Y en el caso de la redacción[2],
que requiere de coherencia y cohesión textual? Tan sencilla respuesta como,
TAMBIÉN. Se cuentan con aplicaciones que permiten retroalimentarte sobre la
longitud de tus oraciones, el uso de palabras, la voz pasiva y los adverbios,
elementos simples que, sin embargo, pueden hacer o deshacer un proyecto de
escritura.
Pudiéramos pensar que la tendencia a responder la interrogante de
este artículo, es afirmativa, aunque no categóricamente. Entonces, ¿blanco o negro
o gris? Haciendo alusión ante la duda que, ¿quedaran docentes, discípulos de Cervantes,
sin empleo?
El lápiz, instrumento utilizado fundamentalmente para la escritura en los colegios, el cual data desde el año 1564 (en Inglaterra, cuando fue descubierto el grafito), ha de permanecer por un ¿largo? tiempo; el mismo utilizado en muchas disciplinas o labores como son: los lápices de copiado, que tienen un tinte agregado al grafito que crean una marca indeleble; lápices de carpintería, cuya mina es fuerte; lápices borrables, lo usan los dibujantes y pintores para hacer los bosquejos de sus obras; los portaminas, para trabajos mecánicos y de ingeniería, así como técnica del dibujo y pintura.
Una vez más – estará por un buen rato, incidiendo en el uso del mismo o no – las brechas sociales, que delimitan el acceso a la tecnología, a pesar que hoy en día se talen 15.3 mil millones de árboles para elaborarlos y se fabriquen 18 mil millones de lápices por año, es decir 50 000 000 por día o 500 por segundo.
[1] No
siempre dispuse de este medio, (no existía en su momento y posteriormente por
su costo), lo que si recuerdo que en una de las portadas o contraportadas
estaban las tablas (de multiplicar).
[2] Conjunto
de ideas ordenadas lógica y coherentemente dentro de un texto.
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