lunes, 7 de febrero de 2022

Una vida soñada, ¿qué se convierte en pesadilla?

Convertirse en inmigrante, se produce una vez que se toma una decisión – individual o colegiada – producto de diversos factores, tales como: la falta de alternativas para los logros ocupacionales, la incertidumbre social sobre el futuro económico, la inseguridad ante el crecimiento de la violencia, necesidades básicas insatisfechas, el tener acceso a un sinnúmero de opciones – laborales, de consumo, etc.- en el exterior (donde supuestamente todo es mejor que en el país de origen, diría que oportunidades imaginarias)

Un mundo éste último – el cual te “filtra”, para pasar tu condición de emigrante a inmigrante - , el cual comienzas a conocer a partir de su entrada: documentos, motivos de la estadía, lugar de residencia, personas que te amparan y se hacen responsable de tu cuido económico, constituyendo una vía temporal que dependerá de muchos elementos, siendo uno de ellos, el vínculo familiar ante una reclamación solicitada y aceptada por el país que te recibe otorgándote la visa.

Diría que un primer escalón – donde excluyo el tiempo de espera, que puede perfectamente ser años -; el siguiente ascenso, sería la búsqueda de trabajo (donde no siempre la estancia de quienes te aceptaron será permanente, sino provisional), sobre todo cuando eres una persona o en la mayoría de los casos, cuando de uno depende la alimentación del núcleo familiar, que se convirtieron en inmigrantes junto a ti, y no todos están aptos para trabajar, pero si necesitan alimentarse y al menos tener un techo.

Situación un tanto más o mucho más lamentable, cuando la entrada dejó de ser formal, legal, para convertirse en un hecho de alto riesgo (extorsión, secuestro, abandono, muerte) y entras por un punto ciego, entiéndase caminos informales, inseguros, donde el otro lado puedes encontrar un muro, un río, una patrulla, miembros del ejército, una deportación, siendo “certificado” como migrante indocumentado, portador de una desigualdad originaria, pero además, que ingresa a una sociedad, no sólo dominada, sino constituida por la desigualdad por ejemplo: discriminación y segregación ocupacional, la no protección laboral, prestaciones sociales, ni salud previsional y menos aún un sistema de pensiones; pero que a pesar de todo, lucha por un trabajo, para alimentarse (él y a los suyos) y tener un techo.

Y, ¿cuántos regresan? (entiéndase deportados), para muestra un botón[1]:


¿Posibilidad de éxitos? Por supuesto, quienes partieron de cero y lograron cumplir – parte de sus anhelos -, siendo adultos, tal vez no logrado para sí, en su totalidad, pero con la esperanza que para aquellos que fueron niños o adolescentes y que los acompañaron en la osadía, algunos años después alcancen una vida que se acerque a lo soñado, que no necesariamente está al doblar de la esquina o bien al “cantío de un gallo”[2].  


[1] Fuente: Elaboración propia sobre la base de Secretaría de Gobernación (SEGOB), 2016; Gobierno de Guatemala, Migración, “Guatemaltecos deportados desde México” [en línea] http://igm.gob.gt/, 2018; Gobierno de El Salvador, Dirección General de Migración y Extranjería (DGME), “Salvadoreños retornados”, San Salvador [en línea] http://www.migracion.gob.sv/, 2017.

a) Las cifras se refieren a eventos debido a que una misma persona pudo haber entrado al país en más de una ocasión. Los registros corresponden a extranjeros que presentaron pasaporte aún vigente con la nacionalidad de esta región geográfica.

b) Datos hasta junio 2018.

[2] Locución adverbial de tiempo, empleado por el campesinado, que al escuchar el canto del gallo, desde por allá, está muy lejos, lo que se busca.

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