lunes, 28 de febrero de 2022

Un migrante, ¿selectivo?

¿Un voto a favor?, ¿una ventaja?, interrogantes que podrían resultar pertinentes para personas que pretenden emigrar, teniendo un nivel de preparación adecuado en el campo de la educación, ¿Licenciatura, Maestría, Doctorado?, como respaldo para la adquisición de trabajo, una vez que pase a la “modalidad” inmigrante.

No necesariamente constituye un aval que te favorezca inmediatamente, cruzando la frontera (vía aérea, marítima o terrestre), partiendo de muchas premisas, tales como: adquisición de la residencia temporal – cuya demora oscila entre meses y años -, donde una vez otorgada suele indicarte, el que puedes laborar; este período para muchos desesperantes, que genera desasosiego, ante de la posibilidad de, ¿y mientras tanto qué hago?, ¿cómo alimento a mi familia?

Las puertas, ante la situación antes referida, no necesariamente se cierran, sino que quedan “entre abiertas”, para opciones un tanto restringidas (dada la condición de ilegal), como “hacer cualquier cosa” ajeno a los estudios realizados, vinculados a una experiencia profesional, cuyas opciones se restringen a algún vínculo familiar, de amistad, y en el peor de los casos, salir a tocar puertas, que hoy en día se traduce al uso de las redes sociales.

Mientras todo este tiempo transcurre – siempre en el marco del proceso de legalización -, y el contacto con la nueva cultura, a la que necesariamente habrá que “digerir”, entender, respetar (muy importante el respeto, siendo necesario ESCUCHAR), aprender, evitando en todo momento el etnocentrismo, entiéndase “actitud por parte del inmigrante, en la cual se trata de imponer su cultura y costumbres propias por encima de las que está por conocer”, de aquí la necesidad de aprovechar ese tiempo de impasse, con una alta carga de paciencia, mucha paciencia.

Hay países que suelen proporcionar visas de trabajo a personas con un alto nivel de preparación, cuyos perfiles no necesariamente se adecuan al emigrante, pero que este último – amén del motivo que lo condujo a la decisión de irse – “se lanza al ruedo”, que no es del Coliseo romano, pero que pudiera asemejarse.

Y aquí comienza el camino muy ascendente, con obstáculos, escalones falsos, donde suele primar la discriminación, donde se etiqueta a la persona (ya inmigrante, con residencia temporal, permiso para trabajar, profesional) como el o la país de origen, nombre que se le antepone al que sus padres alguna vez decidieron.

¿Subsanable? Sí, pero, ¿cómo? Escudándose con una alta carga de valores (puntualidad, respeto, seriedad, formalidad, etc.; competencias blandas como el liderazgo, trabajo en equipo, incondicionalidad, la dedicación, el esfuerzo, etc.), a lo que se suma la profesionalidad (calidad del trabajo, a través de sus resultados; la presentación de nuevos proyectos y con el tiempo, posiblemente te llamen por tus nombres (sin que seas tú el que renuncies a tus orígenes) y ¿por qué no? Licenciado, Master, Doctor y a continuación tu primer apellido, que no es una condición a la cual aspira el inmigrante, sino que lo impone la sociedad.

¿Y al regresar a casa, cansado, donde ya afloran canas que surgieron antes de tiempo? Serás recibido por tú familia, con abrazos, besos y con un ¿papi, mami?, ¡que bueno ya en casa!

¿Respuesta? Sí mijos, ¿Qué tal la escuela?, ¡Cenemos, un poco de tele y a descansar, que mañana será otro día duro de estudio y trabajo!

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