Resulta elocuente pensar que cuando somos pequeños, que
nuestros padres decidan “…recoge, que nos mudamos”, no tengamos ni voz ni voto
en dicha decisión, que, dependiendo de la edad, (¿4 – 6 años?) es posible que
las primeras pérdidas sean los amigos, inclusive hasta las mascotas, donde posiblemente
el dolor sea más fuerte con éstas últimas.
En lo personal, en este último me sucedió y es real; tuvimos
que viajar fuera del país (probar un nuevo modo de vida al menos temporal),
pero por algunas contradicciones sociales en cuanto al modo de vida, al ser
latino – a pesar de mi corta edad - donde la discriminación era muy fuerte
(finales de la década de los 50), regresamos a mi país de origen. Tenía un
perrito (Rory), nada de raza pura, por lo que era clasificado como “sato” o
criollo, que al irnos mis padres se lo dieron a un finquero; unos 3 meses duró
la ida y el regreso, y un buen día, cuando me dirigía a la escuela (primaria,
2do grado), al abrir la puerta, ¡allí estaba Rory!, había llegado solo,
escapado de la finca.
Hubimos de mudarnos una vez más – siempre sin poder de
decisión – a una casa más cerca, que facilitaba a mi padre reducir la distancia
a su trabajo, ¿y Rory?, mi madre años después me contaba, que tuvo que quedarse
una vez más, y que le perdieron la pista. ¡Triste!
En mi nuevo hogar, pequeño, para una familia de 6 (4 hermanos,
papá y mamá), allí crecimos, becados, otros cambiaron de hogar al casarse,
otros al emigrar (ya producto de decisiones propias, por diversos motivos o
causas)
Al tomar esta decisión (tres décadas atrás), no sabía que
era emigrar, ni tampoco convertirme en un inmigrante, poco a poco lo fui aprendiendo,
diría que, adaptándome a las costumbres, a la cultura, a los modismos (algunos
de los cuales, tuve la necesidad de hacer uso de los mismos, ya que los míos no
eran comprensibles, sobre todo para mis estudiantes en las clases y con mis
compañeros de trabajo)
Cambió – con la mudanza – la gastronomía, la música, inclusive
el tono de voz[1], reduciendo
mis decibeles que eran muy altos en una conversación “normal”, así como el
ritmo[2],
que era abrumador, casi ni me entendían.
Por supuesto, sería mentir que perdí toda mi idiosincrasia,
partiendo que el idioma era el mismo (español), aunque la ventaja era el
haberme mudado ya siendo adulto, luego olvidar las costumbres era y es poco
probable.
Claro, el impacto de cambiar de local, de país, motivó la
pérdida de las amistades, que hoy a diferencia de años atrás – donde saber de
uno o de otro, podía ser una carta –, basta con sostener una conversación a
través de cualquier plataforma propia de las redes sociales.
¿Una nueva mudanza? Siempre como opción podrá ser, ¿adaptarte?, es recomendable, y ¿olvidar lo vivido?, es imposible. Disfrute la vida, eso sí, un consejo: no deje de recordar su terruño.
[1] El
tono se define como la altura o elevación de la voz que resulta de la
frecuencia de las vibraciones de las cuerdas vocales. Si estos músculos vibran
un número elevado de veces por segundo, aumenta su tensión, la altura es mayor,
la voz se eleva y, en definitiva, se escucha más aguda.
[2] Cantidad
de palabras o sonidos que pueden emitirse durante una misma respiración, esto
es, qué tan rápido o lento se produce la voz, así como los intervalos de
variación respecto a dicho patrón.
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