Analicemos el siguiente
experimento: tomando de una y otra, creo que lo siguiente: “Capacidad para
percibir … o sentir moralmente ante sentimientos como el amor, la ternura o la
compasión”, hechos que utilizo para arribar a una de las tantas
experiencias que me han sucedido y
suceden cuando a uno le corresponde lograr que su trabajo sea exitoso, no en el
plano personal, sino sobre todo cuando el impacto que llega o se transmite a
padres de familia, estudiantes, inclusive en el entorno mismo de una oficina y
cuya conducta de alguien cuando se expresa no genera un buen resultado al
contrario, resta o genera un estado de opinión.
Vamos al caso, una persona, cuya
responsabilidad era atender a los propios trabajadores, sus colegas, sus
compañeros, pero además a las personas que solicitaban trabajo en la
institución, ante una aclaración solicitada su respuesta en un tono altisonante[1],
“¡lo
siento mucho pero ya el período para la plaza cerró hace 5 minutos!”, dos
personas que se encontraban en dicho local enmudecieron a la vez que se refugiaban
sus rostros tras la pantalla de sus respectivos monitores.
La persona solicitante, tragó en
seco, solicitó permiso para retirarse y salir de la oficina cabizbaja ante la
posibilidad de buscar no solo un sustento para la familia, sino desempeñarse
para lo cual se había preparado a través de sus estudios y con determinada
experiencia laboral.
La misma se dirigió a la entrada
con paso lento – pero se detuvo por un momento - y dirigiéndose a la
recepcionista, solicitó “¿…con quien pudiera conversar con una situación que se
me acaba de presentar?”; aun no entiendo inclusive después de tantos años porque
me la remitieron, que por supuesto cuando llegó a mi oficina, haciendo a un
lado lo que estaba realizando (algunos de ellos muy prioritarios por cierto) ya
que la vida por alguna razón u otra me había enseñando la necesidad no solo de
atender a las personas “en modo inercia”, ni con respuestas que me pudiera proporcionar
la Inteligencia artificial (IA), era escucharla asertivamente a la par de crear
un entorno de confianza, brindarle un café, agua, té, buscar privacidad sin que
nadie nos molestase y conversar.
Tuvo la confianza en relatarme el
problema ocasionado en la oficina de la cual procedía y el trato recibido, que
era cierto que no había cumplido con el tiempo límite para aspirar a la plaza,
pero que por ende ya no le interesaba… pero necesitaba desahogarse. Unos 15
minutos después concluyó la conversación, le di mi correo a los efectos de que
me enviase su CV en función de posibles nuevas plazas, la acompañé a la puerta
de la oficina y reiteré mis disculpas.
Unos 10 minutos después –
suficientes para prepárame un café – me comuniqué con la persona que había provocado
la ofensa, a pesar que no me correspondía a mi área; la conversación en un
comienzo se desarrolló en un diálogo algo tenso, pero no era mi estilo, debía atenderla
al igual que la persona agraviada – “¿…café, agua, té?” -; después de
escucharla … cuyo rostro se encontraba un tanto desencajado, ojos llorosos, argumentándome
problemas personales algo serio en el seno familiar…, le plantee que
sencillamente era una lección para ambos y que estaba claro que no se repetiría.
No excluyo que todos tengamos
días “buenos y malos”, pero cuando a una persona se le avasalla[2],
siendo adulto ésta última tiene la posibilidad de juzgar, generar un elemento
de juicio a quien tiene delante.
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