No queda duda que las matemáticas – como parte de las llamadas ciencias exactas – ha resultado una disciplina aceptada por unos, odiadas por otros (inclusive cuestionadas, que para que sirve), pero que tiene la característica de dejar una huella en nuestras vidas
La
misma nos llega a partir de que pisamos la escuela – inclusive aquellos que por
causas explicables: la pobreza, entre otras muchas, aprenden a contar enseñados
por sus padres para que estos sean apoyados en el negocio de vender – donde su
aprendizaje resulta de forma gradual, iniciando generalmente con dibujos que
resulten atractivos a los menores de edad vinculados a la naturaleza,
canciones, cuentos, etc.
Ya
con la crecida (en años), las cosas cambian: reglas (del 1 al 100), el uso de
la memoria (fatal); el estudio de procedimientos para la solución de problemas
(donde no necesariamente resultan aplicables, ¡error!)
¿Resultados?
Bajos o pésimos resultados en el aprendizaje de las matemáticas (aunque un
poquito mejor, un poquito, en la disciplina de las letras: español,
comunicación y lenguaje, etc.)
Hecho
que tradicional y prácticamente divide el mundo universitario en dos: ciencias
y letras. «¿Matemática?, ¡No hombre no!», que tal vez, reitero tal vez cuando
ya seamos adulto y trabajemos podremos darnos cuenta de la importancia de
dominar el arte de las matemáticas: mediciones, ángulos, figuras geométricas y
su aplicación en la vida cotidiana, por ejemplo el valor del dinero, la
alimentación en cuanto a calorías, medicinas y cantidades que deberemos
ingerir, en fin tantas aplicaciones, que no cabrían en n cuartillas.
Al
mencionar figuras geométricas, recuerdo el fabuloso Pí (π)[1] el
cual nos permitía calcular la cuadratura de un círculo para lo cual
utilizábamos una regla y un compás, con la misma área de un círculo.
¿Una
definición de esta constante? «La proporción entre la longitud de una
circunferencia y su diámetro», cuyo valor es considerado 3.1416…[2];
otra acepción es «La mitad de una circunferencia de radio igual a 1, o
3,14…»
Constante
que ha sido estudiada por figuras relevantes como Arquímedes (año 250 a.C.)
creando un algoritmo- basado en el teorema de Pitágoras[3]-,
pero que no ha dejado de crecer en cuanto a sus decimales en manos de
matemáticos chinos, indios y árabes, que emprendían pesados cálculos para
llegar hasta el séptimo o noveno dígito.
Que
con el desarrollo del cálculo en el siglo XVII por Isaac Newton y Gottfried
Leibniz, el físico británico publicó hasta el decimoquinto dígito. La carrera
progresó lentamente: a finales del siglo XIX la cifra estaba en 527 dígitos;
cantidad que se amplía – con el desarrollo de la informática, siglo XX –
destacándose el genio indio Srinivasa Ramanujan, quien llenó cientos de páginas
de sus cuadernos con métodos que no fueron redescubiertos hasta décadas después
y que aún hoy se utilizan, superando los 17 millones de dígitos de pi[4].
¿Y,
¿para que tantas décimas, se preguntará? Marc Rayman, ingeniero de la NASA,
considera que para los cálculos de las misiones espaciales solo se utilizan 15
dígitos, y 40 bastarían para calcular la circunferencia
del universo visible con una precisión del tamaño de un átomo de hidrógeno.
Por supuesto más dígitos, más certeza (aproximada) de no equivocarse, si desea calcular la circunferencia del universo visible, luego la investigación continua…
Y,
¿si tiene duda? Pi es utilizado en la geometría y trigonometría como parte
integral de cálculo, en análisis matemáticos, en probabilidad; también se usa
en la física para algunas ecuaciones fundamentales que permiten entender el
universo.
¿Sigue
odiando a las matemáticas? Yo, no ¿y tú?
[1]
Inventado por el médico y matemático aficionado Edward Goodwin. La ley fijaba
de facto un valor de 3,2 para el número pi. Por fortuna, el texto nunca se votó
en el Senado (cámara de representantes del estado de Indiana (USA), perdurando
solo como uno de los episodios más estrambóticos en la historia del número
irracional más popular del mundo.
[2]
En la antigua Babilonia se calculó un valor de 3/8, o 3,125, relacionando la
longitud de una circunferencia con el perímetro de un hexágono inscrito, según
se deduce de una tablilla de barro fechada en torno al año 1.900 a.C. Otro
valor estimado aparece en el papiro Rhind, un documento matemático egipcio del
año 1650 a.C. que arroja un cálculo de 256/81, en torno a 3,1604. Curiosamente,
antes de la propuesta de Indiana tal vez el último valor entero de pi aparece
en la Biblia: el Libro Primero de los Reyes, escrito sobre el siglo VI a.C.,
habla de un mar de metal fundido con una circunferencia de 30 codos y un
diámetro de 10 codos, lo que daría un valor de pi igual a 3.
[3]
Pitágoras (570 a.C. – 490 a.C.) filósofo y matemático griego considerado el
primer matemático puro. Contribuyó de manera significativa en el avance de la
matemática helénica, la geometría y la aritmética.
[4]
El 14 de marzo de 2019 la científica japonesa de Google Emma Haruka Iwao
alcanzará los más de 31,4 billones de dígitos, desde el 29 de enero de 2020 el
récord está establecido en 50 billones, una marca lograda por el analista de
ciberseguridad estadounidense Timothy Mullican.
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