Mencionar la palabra polilla me traslada varias décadas atrás cuando se hacía referencia o bien a libros o papeles en general destruido por los insectos[1] que se alimentaban del papel o de los materiales utilizados en la encuadernación de libros o bien haciendo alusión a aquellos lectores que no salían de la biblioteca, dando lectura a uno y otro libro.
Tampoco es imposible olvidar
primero como estudiante universitario asistir a la Biblioteca Nacional[2],
majestuoso edificio no solo por la solidez de su construcción, la altura, sino
por lo que guarda: depositaria del tesoro documental, bibliográfico, artístico
y sonoro del país, y de lo más representativo de la cultura universal.
El silencio al entrar era
sepulcral – letreros a doquier donde se indicaba no hablar en voz alta, de aquí
que prácticamente los sonidos descendían a los decibeles mínimos[3],
diría que casi susurros – te acercabas a una especie de gavetero muy ordenado
donde buscabas autor, título del libro, edición, número de páginas, etc.; tomando
como insumo lo anterior llenabas una boleta y segundos después tenías la
documentación solicitada.
Ya como docente en las escuelas
donde trabajé todas contaban con bibliotecas, aunque el rol principal era asistir
para realizar esencialmente actividades grupales – por supuesto ya la oferta
bibliográfica no era tan amplia – y en ocasiones para establecer nuevas
relaciones de amistad y amor.
Arribamos a la era tecnológica
(siglo XX-XXI) y pareciera ser que asistir a la biblioteca, ir físicamente es probable
que dicha opción se reduzca cuando supuestamente todo lo tenemos a la mano:
celular, tableta, computadora u ordenador, nos evita tener que trasladarnos,
ganamos tiempo, pero perdemos comunicación social, muestra de ello lo acaecido
con la pandemia del COVID-19.
La preocupación es si las
bibliotecas, ¿tenderán a desaparecer?; si paso a su definición encontramos “Colección
organizada de libros y publicaciones periódicas impresas y de otros documentos,
sobre todo gráficos y audiovisuales, servida por un personal encargado de
facilitar el uso de ella por los lectores para su información, investigación,
enseñanza o recreo", de aquí que mi respuesta literal y
categóricamente es NO.
Pero si conlleva a un determinado
giro o ampliación de su rol – que siendo esencial la lectura – el recinto modifique
como ganar adeptos y vamos con la lluvia ¿o aguacero? de ideas:
·
Creación de nuevas secciones de materiales
especiales: manuscritos, materiales cartográficos (mapoteca), fotografías y
libros raros y valiosos.
·
Salas de arte, de música, atención a personas
con necesidades especiales.
·
Salas de etnología Incluye libros, folletos, y
publicaciones seriadas sobre temas relacionados con la cultura del país:
creencias religiosas, costumbrismo, tradiciones y componentes étnicos, entre
otros.
·
Sala para atención a las personas analfabetas
para ser instruidas.
·
Jornadas de lectura, concursos, premiación, etc.
¿Y en el caso del personal cuando
no se cuente con los fondos necesarios y en particular para bibliotecas de
pequeños espacios?
·
Estudiantes procedentes de las carreras de
Educación u otras (arte, música, etc.) donde realicen sus prácticas
profesionales.
·
¿Otras? Cuento con su creatividad … me ayudan.
[1]
Larvas de ciertos gorgojos, aunque se aplica a cualquier especie de insecto que
se alimente de madera, o partes de las plantas que contengan almidón, y que por
lo tanto se puede sentir atraído por el material que conforma un libro, de aquí
el nombre de polillas de libro.
[2]
La Biblioteca Nacional de Cuba José Martí (BNCJM) se funda en octubre de 1901 por
el interés de un notable grupo de intelectuales cubanos y está promovida por
una rica y culta tradición de amor a la lectura, de cuidado y preservación del
libro, de creación y funcionamiento de bibliotecas.
[3]
Según la OMS (Organización Mundial de la Salud) los sonidos mayores a 55
decibeles dB (unidad de medida del sonido) ya son inadecuados para el oído
humano.
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