Hablar de musa es ese ser de la mitología griega -inspiradoras de arte y el conocimiento – las cuales bajaban a la Tierra a susurrar ideas para inspirar a los mortales, en este caso yo – donde decidí buscar un entorno diferente, alejado de la ciudad, edificios altos, ruidos estruendosos cambiándolo al menos por un día por otro donde primaran las diferentes tonalidades de verdes, azules inundados, por el brillo del astro Rey.
Hube de levantarme temprano – que
ya comenzando el período lluvioso -, no sabía que me esperaría consultando
previamente el estado del tiempo que anunciaba tormentas eléctricas, lluvias y
otros menesteres propios de la época.
Tomado el bus, que por suerte no
iba lo suficientemente lleno, pensando que a mi lado se sentaría una de las
nueve musas[1],
al menos para conversar sobre que temas abordar una vez llegado al lugar de
destino, pero resultó realmente imposible por varios factores: como acompañante
me correspondió una mamá con un menor de edad ¿meses? que lloraba en busca de
ser amantado; del techo del vehículo se escuchaban los canastos golpear una y
otra vez en función de los baches, y los cambios de timón del conductor, lo que
conllevaba a moverte como péndulo.
Compás de ruidos – no propios de
la ciudad, los cuales se alejaban en función de la velocidad – que junto a
visualizar los postes de luz que se trasladaban en sentido contrario, caí en un
estado letárgico (sin ser patológico), lo cual me permitió recuperar las pocas
horas dormidas, y cuyo sueño no concretado, fue sencillamente interrumpido por
un fuerte frenazo y una voz del cobrador del bus que se desgañitaba: ¡hemos
llegado al lugar de destino!
Bajarme con la mochila en mano, y
otra en el pasamano a expensas de evitar una caída, ya que el piso que me
esperaba era empedrado, cuyas superficies generaban un eterno desequilibrio
digno de los mejores malabaristas como si fuese a cruzar de un techo a otro
entre dos rascacielos del alto Manhattan sin pértiga.
Cuando descendí sin percance
alguno, la naturaleza había sido fiel al esperarme y no haciéndole caso a los
pronósticos de posible mal tiempo, primaban las montañas, los volcanes y lagos,
el cielo azul; hube de dirigirme a un lugar adecuado – sin que fuese
estrictamente Macondo - cuyas condiciones fuesen las básicas: pocas personas,
asientos adecuados para un descanso donde reposar la espalda, muebles, techo
rústicos, cierta privacidad y sobre todo una condición o sine qua non que no
podía faltar: una taza de café.
Saqué mi computadora u ordenador
tratando de conectarme – vía wifi – previa solicitud a la persona que llegó a
servir el oscuro líquido amargo, oscuro cuyos olores me inundaban el sistema
sensorial olfativo; ¿traicionarme a mí mismo, conectándome al mundo exterior,
lleno de “ruidos” que distorsionan lo bello de la vida, con violencia, que nos
agobian, cuando realmente había ido a buscar tranquilidad? Sencillamente NO.
La magia de corregir e indagar esencialmente
significados – evitando con ello reducir el que se me escapara algún horror
ortográfico - para que párrafos, ideas e imaginación resultasen lo más pulcras
posible.
Transcurrió el tiempo como si nada, ¿otro café?, ¿un pastel?, pensaba que lo escrito justificaba mi breve estancia en el bello local, en los colores, los paisajes que me esperaban a uno y otro lado en dirección a la terminal de buses, con la esperanza que, en esta ocasión, al menos una de las musas me revisase los bocetos que previamente le había compartido vía whataasp.
Que bellas palabras para describir un instante con la naturaleza, que tanto nos hace falta en una vida tan llena de tecnología, inmediatez y rapidez.
ResponderEliminarAun cuando no se haya presentado la musa que tanto esperabas, te encontraste con GEA (la madre naturaleza griega) que te ha permitido apreciar y disfrutar de tan bellos instantes.
Sigue disfrutando de tu tan deseado "Café"....
Gracias Jeka!
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