Hablar de pupú – posible onomatopeya[1] - lo primero que me encuentro en el diccionario es: «pájaro insectívoro, de pico largo y algo arqueado, un penacho de plumas eréctiles en la cabeza, el cuerpo rojizo y las alas y la cola negras con listas blancas, como el penacho. Es muy agradable a la vista, pero de olor fétido y canto monótono»
Que en el caso de pupú – formada por
dos sílabas pu-pú, acentuación aguda – que en mi país de origen corresponde al
automóvil, lo cual asocio a los ruidos que hacían el tubo de escape
(posiblemente), por supuesto término que ha evolucionado acorde con las
revoluciones industriales, por ejemplo: bala, cohete, etc.
Mi juguete – como todo niño –
consistía en hacerlo rodar en la pequeña sala de la casa, que, por serlo,
chocaba con todo, que al principio no me gustaba, pero después (la colisión) me
generaba ¿alegría?, como veía en las películas e inclusive quitarle y ponerle
las llantas (gomas o ruedas), sin vocación alguna para mecánico.
Que de apretar el botón o palanca a la
máquina del tiempo – finales del siglo XX – vi la necesidad (tras garantizar
alimentación, vivienda, estudios de la familia) de adquirir un nuevo vehículo de
tercera o cuarta mano que al menos me garantizara estar a tiempo en los múltiples
centros educativos (institutos, universidades), que a la vez también fuera un
factor de seguridad personal y familiar a diferencia del riesgo en buses lo
cual no siempre era el mejor.
Las consecuencias de la tercera,
cuarta y quien sabe hasta quinta mano del auto – donde se rumoraba que el primero de ellos había sido construido con desechos de los tanques de la segunda guerra mundial,
de aquí su dureza del chasis, pero hasta girar el timón que no tenía nada de
hidráulico – fueron muy disímiles: por ejemplo, trasladándome a una velocidad razonable de
unos 40 – 60 km, a la par se acerca otro vehículo, el conductor baja la
ventanilla y me exclama: ¡Señor la llanta o goma de atrás está echando mucho
humo!, y aceleró, efectivamente, la humareda parecía la cola de un vestido de
novia o en el peor de los casos rápido y furioso (película que su primera secuela
saldría en el 2001)
Traté de visualizar el control de la
temperatura, pero no me acordaba que no funcionaba, el calor en el interior del
vehículo aumentaba (lejos de aire acondicionado y ni siquiera abanico o
ventilador), me detuve por un rato (un tanto ilógico, ya que mis estudiantes me
esperaban), con la dicha y la casualidad de la caída de un chaparrón de agua,
lo que me permitió arribar con mi ‘tanque de paz’ a tiempo. Nota: las pastillas
de freno se habían pegado, causantes del pseudo incendio no declarado.
Pude cambiarlo – la cuenta no me daba
en reparaciones, recurrimos a un pequeño préstamo y adquirimos otro vehículo
(no puedo decir nuevo, pero sí de menos manos), era mucho más pequeño, a duras
penas cabía la familia. Recuerdo que uno de los detalles por fuera, era que la
marca del mismo en su parte trasera no se apreciaba, digamos que despintada,
¿solución? Buscar un marcador blanco y resaltar las letras FINO.
Estaba tan contento, que me parecía
que estaba acabadito de salir de la fábrica del país asiático; pero …; siempre
habrá un pero…recuerdan que era muy pequeño, tres cilindros, muy económico,
pero poca fuerza… que habiendo ido al cine y parqueado en un lugar determinado,
al regreso, ¡NO LO ENCONTRABA!, ¿qué hacer, cuándo ni cerca de estar asegurado?,
¡comenzó la sudoración, el cuerpo se puso frío, como señal de una baja de
presión!
No recuerdo cuanto tiempo pasó, pero
al acercarme más al lugar donde lo había dejado por última vez, ¡allí estaba!
No hubo ninguna iluminación angelical, no, sencillamente mi ‘cajita FINO’,
había quedado ‘atrapada’, entre dos grandes camionetas cuyas dimensiones eran 3
veces superior.
Y por supuesto muchas más anécdotas … no los canso y concluyo: Es cierto que toda persona aspira, sueña, tiene derecho a alcanzar muchas cosas partiendo lo de básico: educación, salud, vivienda, pero alcanzable en función de lo que se luche por ello, ya que no siempre el maná nos cae del cielo.
[1]
Formación de una palabra por imitación del sonido de aquello que designa; Las
onomatopeyas hacen alusión a los sonidos que producen los animales, como, por
ejemplo, “miau” para el maullar de un gato.
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