Teniendo en cuenta mi formación como docente en la especialidad de Química para los lectores estos tres términos no necesariamente le serán familiares desde el punto de vista académico, pero al menos el agua y el aceite al ser productos de consumo casi diario, sí.
Luego comencemos por
el tamiz – voy a mi amigo el diccionario - y encuentro cedazo, criba, colador,
coladero, harnero; si concreto más y en particular en el laboratorio de
Química, así como de otras ciencias naturales, plantea: «Utensilio
formado por un aro y una tela o rejilla muy tupidas ajustadas a uno de sus
lados, que se usa para separar las partículas finas de las gruesas de algunas
cosas», y si utilizo su locución verbal señala «Examinarlo o seleccionarlo
concienzudamente».
Y, ¿por qué colocarlo
entre el agua y el aceite? Si la función del tamiz es ‘filtrar’, ‘separar’
esencialmente y si la ubico entre el agua y el aceite, ¿qué sucede? De por sí,
ambos líquidos no se mezclarán ya que difieren en polaridad - propiedad que
permite la disolución de los mismos -, y densidad (la densidad del agua al ser
mayor que la densidad del aceite, lo provocará que el aceite flote en el agua),
¡excepto que se ejerza presión extrema!
Y, ¿a que se debe
todo este coloquio, se preguntará? En la vida no queda dudas que encontramos
personas donde la relación entre ambas suele ser difícil, donde el vínculo
emisor – receptor es casi nulo y que, en el mejor de los casos al encontrarse
en un pasillo, comedor, reunión, saludas por un elemento racional, humanitario
y ético o sencillamente cambias la dirección de tus ojos (el techo, el piso,
el…).
En lo personal me ha
sucedido y no una sino tres, lo que me conlleva a pensar en varios refranes:
“tanto va el cántaro a la fuente hasta que se rompe”, “el que no quiere caldo,
tres tazas”; responsabilidades administrativas diferentes, centros de trabajos
diferentes, donde el destino en este último nos ‘unió’ nuevamente.
Responsabilidades que
sin importar quien estaba en la “cadena trófica” por encima, debajo o la par,
toda acción que ejecutáramos iba en beneficio de la institución, y no
constituir un (gran) obstáculo, por el hecho de (subjetivamente) caerle mal o considerar
que mi intención era “serrucharle el piso”.
Un buen día me
correspondió emitir un juicio sobre la susodicha persona que aspiraba a una
plaza donde yo laboraba, ya que ambos procedíamos de un mismo centro de
trabajo, más allá de su excepcional hoja de vida; mi criterio fue parco – pocas
palabras y moderación – argumentando que no tenía un criterio objetivo de su
desempeño profesional, pero de ser aceptada, lo evidenciaría el resultado de su
trabajo.
Una situación de ese
tipo donde se convive como el agua y el aceite, resulta en muchas ocasiones
incómoda porque no prevalece la profesionalidad entre ambos, algo así como “donde
cenizas hubo, fuego hay”, no dirigido o lo que comúnmente se relaciona con el
amor, NO.
¿Cómo solucionar esto?
Por supuesto y siempre recurro a ello y es extraer mi cúmulo de competencias o
habilidades blandas como son: la convivencia, paz, empatía, tolerancia, respeto,
entre otras muchas, algo así como una especie de tamiz.
Que, si llegara a «filtrarse alguna partícula fina de las gruesas de algunas cosas, sencillamente deberá ser examinado y seleccionado concienzudamente», y porque no, centrarse en diversos problemas que resultan más acuciantes y obviar la subjetividad de una relación que no fluyó en su momento, pero con mucha madurez pueda mejorarse.
¿Le habrá sucedido a
usted amigo (a) lector? ¡Seguro que sí! ¿Logró superarlo?, ¡Espero que sí!
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