Me encontraba una mañana desayunando - fuera comenzaban a filtrarse los rayos del astro rey entre las plantas – cuando sentí un golpe contra un vidrio de la puerta que separaba el comedor del patio: ¡Bump!; el golpe fue seco, uno solo.
Surgió de forma innata,
el temor de quién había ocasionado la colisión y las consecuencias; la
respuesta se manifestó en cuestiones de segundos: un ave pequeña se encontraba
en el piso, no se movía, se encontraba inanimada.
Las consecuencias de
lo sucedido, no fue la reacción siguiente, sencillamente me “congelé en el
tiempo”, producto de apreciar aquel ser vertebrado, de sangre caliente, que
tienen plumas y alas, indefensa, donde posiblemente se encontraba en búsqueda
de pequeñas ramas para acondicionar el nido o de larvas o gusanos para
alimentar a los críos.
¿Causales posibles de
la desorientación? 1. Las aves dependen de una combinación de sentidos para el
equilibrio, incluyendo la vista, el oído y el oído interno (sistema vestibular);
Las alteraciones en estos sistemas pueden provocar sensación de desorientación;
2. Cambios climáticos, generando un aumento de temperatura que modifican su
hábito migratorio; el estrés de poder suplir a sus hijos(as) del cuido en
cuanto a la alimentación o una “vivienda digna”.
¿Acaso el encontronazo
generó confusión con respecto al tiempo, el espacio o sobre quién es uno mismo,
en el caso del ave? Ya pensar en esto último, quién es o soy, resultaría
complejo dependiendo de un estudio, una investigación fehaciente en cuanto al
comportamiento de los animales, pero, ¿y en los seres humanos?
Suelen haber personas
que, ante un trauma, por ejemplo, golpearse la cabeza de una forma moderada,
por un momento dejan de pensar de manera tan clara y rápida como uno
normalmente lo hace; que en función de la intensidad del ‘accidente’, tengan
dificultades para prestar atención, recordar e inclusive tomar decisiones.
Qué decir de nuestros
estudiantes cuando no prestan atención - ensimismado en la pantalla de un
celular -, bien porque la clase le resulta poco ‘atractiva’ y que, ante una
pregunta sorpresiva, muestra desconcierto, se ofusca… «¿sí profesora? ..., ¿quién
yo? ... ¿qué me preguntaba?».
Pareciera ser que,
por el nivel de respuesta del joven, la pregunta de la docente, resultó un símil
a la persona que mencioné dos párrafos anteriores, ya que ambos reaccionaron un
tanto desconcertado: ¿qué?, ¿cómo?, ¿cuándo?
Pero, ¿cómo hacer
posible restar este impasse de aturdimiento?; ¿recuerdan el ave golpeada? Tal
vez, transcurrido unos 50 – 60 segundos del hecho, al volver mi mirada al patio,
la misma ¡ya no estaba! ¡QUÉ!, ¿lo había soñado?; la interrogante del ‘cuerpo
desaparecido por arte de magia’, me desconcertó automáticamente.
Abrí la puerta de vidrio, me asomé… nada… ¿habría sido un felino, que aprovechando la situación de impotencia … había sido engullida?; al menos no había ni huellas, ni plumas y que por lo visto podía inferir un final feliz … los polluelos, nuevamente veían a su ‘mamá’, que por cierto traía ramitas en su pico, junto a muy pequeños lumbrícidos, ¿respuestas? ¡pio, pio, pio, …!
Por lo visto al chico
desorientado, habrá que proporcionarle mejores clases, donde primer la
participación, que el celular se convierta en una herramienta de apoyo en
momentos determinados; mientras que al señor que con cierta frecuencia suele golpearse,
sea más prudente en su actuar o sencillamente cómprese un casco.
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