¿Qué sucede cuando nos situamos frente a un espejo plano, como suele ser el del baño o en el cuarto? Sencillamente nos vemos a nosotros mismo, producto de siéndonos nosotros el objeto, frente a dicho espejo, en este último se observará una imagen nuestra con las características siguientes: Virtual, derecha, simétrica respecto al plano del espejo, y del mismo tamaño del objeto.
Por lo visto nos
vemos cómo somos, no hay de otra, pero si nos acercamos – por supuesto ambas
imágenes se acercan: la real y la virtual -, pasamos a apreciar con el decursar
de los años, alguna que otra cana, arrugas horizontales que aparecen en el
borde externo de los ojos, en dirección a la sien, y que se acentúan cuando
sonreímos o nos reímos, conocidas como patas de gallo.
En el caso de los
hombres – no todos – síntomas de calvicie, donde las entradas son mayores, etc.
Proceso natural que
presentamos los humanos, donde algunos (as) lo toman con normalidad, otros se
niegan buscando tratamientos, etc.; no obstante, los años “caen…” Nota: el
dicho continua, “… y nos vamos poniendo viejo”, que por supuesto para
gusto…aceptarlo o no.
Si retomamos lo del
espejo, donde nos vemos todos los días pudiera ser que producto de la
cotidianidad no veamos “avances” en dicha transformación, pero si hay alguien
que transcurrido un cierto tiempo – con la cual tienes confianza - no se han
visto presencial o virtualmente, pudieran cometer ¿la imprudencia?, de
señalarte “el almanaque te está cayendo arriba”, donde como señalábamos la
respuesta puede ser ¿de preocupación?, de indiferencia (…sí, ya lo sé)
Y para muestra tres
botones: viajaba en un bus repleto, donde a duras penas se podía respirar, algo
así como “sardinas en lata” y un señor un tanto disonante, me expresó “¿…puro[1],
puedes correrte un poquito para allá?”; por supuesto, no era su padre, pero me
llamó la atención, que traduciendo era una persona mayor, lo cual estaba claro,
pero por ser la primera vez, me hizo reflexionar.
Pasamos al segundo
botón: Me encontraba haciendo fila (cola) para pagar en el banco, detrás de mi
se encontraba una joven 30-40 años, y me indicó, “señor… la ventanilla de los
jubilados o de la tercera edad, está libre”; dirigí la vista hacia el vidrio
donde se ubicaba la persona que debía asistirme para realizar el pago, haciendo
señas con la mano que me acercase.
No había un espejo
para apreciar si mi físico, requería de una ayuda urgente, (¡pobrecito el
señor, ayudémoslo!), pero agradecí a todas las personas que me apoyaron y
realicé el pago correspondiente. No me molesté por supuesto, llegar a esa edad,
me daba el derecho a esos pequeños privilegios.
Tercer botón: Producto
de algunas actividades domésticas y profesionales que se me juntaron, a las
cuales debía resolver en un corto tiempo, por supuesto que me generaron estrés
(mal dormir, levantada a las 3:00 am, de regreso a casa 11:00 am; buscar que
comer, en ese momento sentí que el mundo me daba vueltas, tuve que aguantarme
para no caer, esperando un tiempo prudencial, para que todo volviese a la
normalidad; ya sintiéndome relativamente mejor, me dirigí al asiento más
cercano donde sentí un escalofrío (¿bajón de presión?) y allí tras varios
minutos, preocupado por supuesto, “regresé a la normalidad”.
En la noche al chatear con mis hermanos, explicándoles el percance, uno de ellos me respondió: “tienes que cuidarte viejuco[2]”; expresión que no me molestó para nada, al contrario, mi respuesta fue una sonrisa porque implicaba amor, cuido, y más cuando era primero vez que me lo decían, como nosotros le decíamos a mi padre.
Por lo visto, los
años acumulados, me habían certificado la condición de viejuco, lo cual me
reafirma la siguiente acepción: “voz de cariño que se aplica a los padres, los
cónyuges entre sí, etc. que existe hace mucho tiempo”
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