Donde cada mañana – dándole
gracias a Dios, por un día más de vida -, tras levantarse, asearse, se dirige a
la cocina para preparar una buena taza de café, tras la espera que la misma
cafetera ‘anuncie’, que el brebaje descubierto siglos atrás (IX) por el pastor
etíope Kaldi, ya está listo; y por supuesto la mejor, la primera colada, donde
las restantes tal vez no ya tan frías, seguirán siendo sus acompañantes como
recordatorio de esa mezcla de sabores (ácido, amargo, dulce, así como notas
afrutadas, terrosas, o de chocolate), aunque ella lo desconozca.
Taza en mano firme,
no temblorosa, se dirigía a su sillón hoy todo de madera, antes con partes de mimbre,
sillón que fue testigo de muchas generaciones, nietos(as), bisnietos(as), ‘balanceados’
para recibir su toma de leche y en el mejor de los casos conciliar el sueño de
estos(as), como preámbulo de ser dirigido a las cunas; que en el momento de trasladarse,
llevaba su dedo a los labios en señal de que todos hiciésemos silencio, todos,
ni chistar, que si alguien lo intentaba, su respuesta era sencilla, abrir sus
ojos grandes.
Tras cumplir parte de
su faena en la mañana, saliendo de la cocina y con mucho cuidado aguantarse
como de una especie de agarradera, dado la existencia de un desnivel para pasar
a la sala; próximo a su sillón ¿milenario?, se encuentra la cajita de sus
medicinas: contra el dolor en la rodilla, para la presión, contra la alergia …,
¿qué hora es?, «No, aún no me tocan»; reflexión interrumpida al sonar el
celular… lo cual estaba programado para que al recibir cualquier notificación
sus luces parpadearan, dado problemas de audición (nota: que al parecer a algunos
nos ha tocado ese gen, de pérdida progresiva de poder escuchar bien).
Se colocaba sus
anteojos, y con mucha atención, daba lectura a lo recibido – la señora había ‘crecido’,
en una época (década del 30, siglo pasado) donde como medio de comunicación se
desarrollaba la radio y como medio único de respuesta en el área rural, el
telégrafo, siendo una exclusividad el teléfono -, sí, en el celular, medio
digital que manejaba a la perfección, tal era así que su respuesta o bien
solicitaba conectarse vía WhatsApp por llamada telefónica o video o bien,
enviar su correo de voz.
Tras el almuerzo – y su
consabida siesta, algo así como una fiesta (individual) religiosa y muy
respetada por sus vecinos -, al despertar, algo soñoliente y con mucho cuidado,
iba por su otra taza de café; ya la tarde iba en declive, con la puerta de la
sala abierta, apreciaba las nubes un tanto grises, amenazando con algo de
lluvia, lo cual venía como anillo al dedo para refrescar la caliente mañana.
Una vez más era la hora de balancearse, encender su televisión de pantalla plana con su control remoto respectivo, ‘dando un paseíto’, por los diferentes canales, viendo la programación y detenerse en las noticias nacionales y las de ‘afuera’.
Ya pensaba en que cenar,
pero no, aun era muy temprano, le daba tiempo a escribir vía chat a sus amigas
para ver si había alguna nueva novedad en el barrio y si mañana irían a
practicar ejercicios en el parque y por supuesto un día más, a la espera que la
Tierra rotara sobre su eje.
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