La vida moderna nos ha llenado de ocupaciones y de “necesidades”. Tenemos que estudiar, trabajar, leer la prensa, ver la televisión, hablar con los amigos, asistencia a reuniones, comer aquí, viajar allá... Algunos viven bajo la presión nueva y excitante de la computadora: hay que probar nuevos programas, “navegar” en Internet, estar al día con revistas de informática... Total, que no tenemos tiempo para casi nada, ni para atendernos nosotros mismos, menos, ni para los hijos...
Más de una vez nos habrá ocurrido algo parecido a esta escena. Una hija le pide
a su padre que le ayude en las tareas de la escuela. Respuesta casi automática:
“ahorita no tengo tiempo, cariño”. De repente, suena el teléfono. “Esposa,
me voy, una emergencia en el hospital…” ¿Hemos de esperar a una urgencia para darnos
cuenta de que podemos dejar de lado mucho de lo que hacemos para invertir el
tiempo en algo más importante? En otras palabras, ¿no podríamos descubrir la
urgencia de invertir tiempo, lo mejor de nuestro tiempo, en estar con nuestros
hijos?
Desde luego, cuando uno vuelve cansado del trabajo, no es que tenga muchas
ganas de ponerse a gatas para jugar a carreras de autos con los niños, o que
pueda sentarse al lado de quien no tiene ganas de estudiar para hablar en
serio, “de hombre a hombre” o “de mujer a mujer”. Y con ello no
queremos decir que se trate de estar siempre con los niños. Lo que sí es
importante es dejar tiempos, invertir los mejores tiempos -en momentos claves
del día, en los fines de semana, en las vacaciones- para los hijos. Y eso es
posible.
¿Cuál podría ser un segundo paso? En qué invertir ese
tiempo. Es decir, ¿qué espera un hijo de sus padres? Podrá darse el caso que
usted esté tres horas con su hijo para resolver problemas de matemáticas, pero
no darle el cariño que él le pide, o puede estar dos minutos con el pequeño que
tiene miedo antes de dormir, y con un beso, un apretón de manos y un detalle
-que van desde un dulce hasta un pequeño regalo para sus sueños infantiles-
para que el niño sienta, de verdad, que su padre lo ama como nadie en el mundo.
Muchas veces lo que más quiere el niño es poder hablar, expresarse, contar su
vida. A veces sufre traumas en la escuela que no se atreve a descubrir en casa
porque siempre papá y mamá “están muy ocupados”. Bastaría con tener
algún momento al día o varios momentos a la semana para que el niño cuente lo
que le han enseñado, a qué ha jugado, quiénes son sus amigos, si hay algún
maestro que no lo trata correctamente, o si algún que otro estudiante,
compañero de aula le molesta constantemente.
Un padre y una madre que aman captarán en seguida los problemas que puedan darse, y podrán empezar a buscar soluciones que, en los problemas más graves, cuanto antes se tomen mejor. Si nos miramos al espejo y somos sinceros con nosotros mismos, nos daremos cuenta de que, cuando nos tocan el corazón, sacaremos tiempo perfectamente, hasta de debajo de las piedras.
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