lunes, 11 de septiembre de 2023

Una decisión muy compleja.

Recién haber recibido una invitación para participar como ponente en un congreso donde se aborda la problemática de la migración y su impacto en le educación, ello me traslado muchos años atrás dada mi condición de migrante, a los inicios de conocer una nueva cultura, adaptarme (lo cual lleva mucho tiempo lo cual implica respeto, tolerancia, etc.), pero sobre todo la búsqueda de trabajo ya que había una familia que mantener, alimentar, pago de la escuela, donde dormir…, entre otros.

El entorno y la casualidad de la carencia de profesionales de la docencia en el país, me facilitó, prácticamente en menos de una semana dar clases en una escuela secundaria para estudiantes de séptimo grado con la inexperiencia abismal, dado que procedía de una institución universitaria donde impartía clases para los primeros años de la carrera, es decir alumnos con 17 a 18 años para pasar a atender niños/as cuyas edades oscilaban entre 10 y 11 años –, pero había que comer.

El reto no paraba ahí, era necesario buscar más trabajo, ya que la remuneración de uno solo, resultaba imposible para vivir con la más básico de los básico. ¿La solución? Tocar puertas, establecer prioridades: comprar - mediante préstamos bancarios - una computadora (nueva, cuya capacidad de memoria era de 2 MB); una moto de 50 cc para poderme entre los diferentes trabajos, ya que en bus no me daba tiempo.

Llegué a tener simultáneamente donde impartir clases en 5 universidades, dos institutos (de lunes a domingo), consultorías internacionales y comenzar a escribir mis primeros libros para estudiantes de la enseñanza media y bachillerato; sencillamente una vida de loco: mal dormía unas 4 horas diarias.

Pasaron unos 7 años en este trajín, donde pude encontrar trabajo fijo, con un salario razonable, lo cual me permitió “bajar el gas”, en cuanto al ritmo de vida.

Trabajar para una institución a nivel gubernamental y posteriormente pasar al sector privado en una universidad, para lo cual entre las dos pasaron 16 años, donde el factor común eran el dominio de las llamadas habilidades duras al ser directivo en el campo de la educación a lo cual asociaba (estamos hablando de inicios del siglo XXI), sin dejar de superarme constantemente en posgrados, y diplomados.

Que al lograr estabilidad laboral, ello no implicaba dormir a piernas sueltas, aumentando 1 hora más de sueño diariamente -recuerdan que anteriormente eran 4, ahora 5-, debía inclinarme hacia el fortalecimiento de lo que llamo mi escudo personal: las competencias blandas o socio emocionales, tales como dar el ejemplo; puntualidad, respeto, constituir un verdadero equipo, para lograr el trabajo en equipo, comunicación asertiva, estimular y reconocer el trabajo de mis colegas primero de mi equipo más cercano y posteriormente extensible a toda la institución como política, que no resultó sencillo, ya que fue necesario romper con esquemas, y sobre todo evitar seguir haciendo más de los mismo (por parte de los antecesores) lo cual en su momento era un (mal) hábito.

Hasta aquí todo parecía fabuloso, pero “la historia te pasa la cuenta”, tantos años de estrés, pensar que, si tú no estabas tu trabajo se iba a caer abajo todo, conllevó a determinadas enfermedades como hipertenso y sus consecuencias.

¿Inmolarme? No queda dudas que una persona que es educador/a, sin menospreciar otras profesiones, donde en todas cualquiera sea su naturaleza, predomine el sentido de la responsabilidad y amor a lo que

se hace, su desempeño será positivo, pero más cuando se trabaja directamente con educandos, ávidos de conocimiento, donde puedes cambiar ¡conductas!

Es difícil realmente, cuando llega el momento de poner “el pie en el freno” de lo que has hecho prácticamente toda la vida, algo así como “apagarse”, entiéndase pasar de hipercinético a callado-taciturno-solitario, pero en fin la decisión final de darle el espacio a otros, lo determinarán las circunstancias de cada cual. Si yo pudiera, hubiese seguido, ¿y usted?

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