Me habían invitado[1]
a conversar con los estudiantes de la única escuela, ésta de mampostería a
diferencia de las casas, la mayoría construidas de adobe – masa de arcilla y
arena -, recinto que se dividía en primaria y secundaria, el primer nivel con
sus seis grados y el segundo nivel, solo con los tres primeros (del 7mo al 9no)
El conversatorio -me llamo mucho la atención, no solo por
ser mi primera experiencia en charlar con estudiantes de una zona rural bastante
alejada de cabecera departamental y mucho más de la capital, sino por ser
alguien “de afuera”, entiéndase no nacional y profesor de una universidad de
otro país -, fue para que les hablara de todo en el ámbito educativo, más
acerca de una serie de mitos[2]
ante la carencia de información, no había periódicos, nada de televisión, solo
una estación de radio que funcionaba con una planta eléctrica; en el caso de
los hogares, la mayoría poseían radios que funcionaban con batería.
Les juro que fue una mañana encantadora cuando conversas con
jóvenes – casi niños – que desean conocer mucho más de lo poco que saben más
allá de las “fronteras invisibles, imaginarias” que les rodean, más cuando el
camión o bus que entra al lugar, llega una vez a la semana.
Tal vez les hice soñar, creo que sí, al menos en el tiempo
que estuve en la escuela, sin embargo, en lo personal sentí un sabor de
insatisfacción, cuando posiblemente muchos de los estudiantes, su destino –
donde el sexo jugaba un rol predestinado – unas a laborar en el hogar, otros a
labrar la tierra juntos a sus padres.
¿Factores? La pobreza, lo tradicional, entre otros factores,
lo que se transmitía de generación en generación y solo “crecían” los que por
una razón u otra escapaban en el mejor sentido de la palabra a buscar fortuna en
trabajos de poca preparación escolar (al menos no analfabetos), con el propósito
de ayudar a la familia, ante un nuevo entorno que en ocasiones lo “real
maravilloso” palidecía.
Trasladarse de un lugar – allí que nada cambia, excepto los
cuerpos que envejecen, las manos unas endurecidas, llenas de callosidades
productos de la presión o fricción producidas por el azadón, otras con menos,
cuando su función se centra en los quehaceres del hogar además del cuido de sus
hermanos menores -, donde un día es igual que el otro.
Acaso aquellos estudiantes – donde por poco tiempo mediante una plática – que tuvimos la posibilidad de conocernos, ¿serán más felices, al vivir en un mundo, en su mundo, ajeno a entornos mucho más complejos? Tengo dudas.
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